Pantallas por todas partes. En los últimos tiempos, ha habido ocasiones para debatir largo y tendido sobre el impacto de los móviles y las pantallas en nuestros niños y niñas. Pero también, por primera vez, vimos en nuestras pantallas que un Presidente se retiraba para reflexionar si dimitía y volvía con la conclusión de que los pseudomedios que está financiando la derecha (y Ayuso con especial ardor) están deteriorando nuestra democracia. No es una cuestión teórica, es el acoso que viven los periodistas del Congreso a diario, a los que mamporreros como Vito Quiles les amenazan e impiden hacer su trabajo. Aún más recientemente, un periodista de Canal Red fue acosado por fascistas en su casa y le rociaron gas pimienta. El veneno de la desinformación y las fake news diseminado a través de las pantallas de nuestros teléfonos móviles está saltando de las propias pantallas a la calle. Ya no es solo un bulo racista, es Torre Pacheco.
Hay cierto cansancio con las pantallas. Seguramente, también por el horror constante que nos llega desde Gaza, donde ni siquiera la masacre sistemática de periodistas que práctica Israel impide que la censura funcione. Siguen llegando imágenes de sus abusos y masacres, de cómo tirotean a niños cuando van a las filas donde reparten comida. A veces, son los propios soldados israelíes los que comparten vídeos donde se ríen al vestirse con la ropa de mujeres que acaban de asesinar.
Planos aéreos en Google Maps muestran el antes y el después de los bombardeos, donde la ceniza y el escombro sustituyen lo que antes fue un hogar para miles de palestinos. Pese a la avalancha de imágenes, sigue habiendo gente capaz de reaccionar.
La ciudadanía de Rivas respondió combatiendo la desolación con belleza: por un breve instante, la performance de las Fiestas Solidarias de La Pablo convirtió el dolor y la solidaridad en arte, capaz de remover conciencias. En cambio, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, salió a decir que no hay un genocidio. Ni todas las pantallas del mundo pueden conmover a quién no tiene conciencia.
Para la mayoría, es fácil que nos paralice y agote el brillo y ‘scroll’ constante de las pantallas, los gritos de las tertulias, la sensación de constante drama de los telediarios. Afortunadamente, hay más formas de informarnos y conectarnos al mundo, como nos recordó el apagón a la fuerza.
Ahí estaba, vieja y fiable, la radio. La voz cálida de nuestro locutor de referencia acompañándonos, tranquilizándonos y contándonos lo que estaba pasando. La luz se fue, el router se apagó, el móvil se volvió inservible, pero la radio se quedó y nos abrazó con su sonido.
Hablemos de Radio Cigueña, Espacio4, EDM Radio y de nuestros podcast favoritos, porque no han matado, ni matarán a la radio. Hablemos de las estrellas de la radio, porque siguen brillando hasta en las noches más oscuras.








