Hace unos años, hubo una gran inundación del río Ebro que afectó a la importante industria de las macrogranjas porcinas de allí. La mayoría de propietarios dejaron morir ahogados a los cerdos para cobrar el seguro.
Las protectoras batallaron para que los animales dejaran de ser “cosas” ante una emergencia, ya que las leyes prohibían a un bombero rescatar a un perro, caballo o cerdo de una propiedad privada. No puedes entrar en casa ajena para rescatar un mueble del incendio y, entonces, los animales importaban tanto como los muebles. Hasta a los que no somos veganos nos parece increíble la crueldad que existía.
Con la nueva Ley, pasaron a ser “seres sintientes” y se aprobó la obligación de que las explotaciones tengan planes de evacuación, junto a la prohibición del “raboteo”, consistente en cortar el rabo a los lechones, habitualmente sin anestesia, ni asistencia veterinaria.
Organizaciones como Igualdad Animal han documentado abusos e ilegalidades que se realizan en las granjas. Prácticas innecesarias para que nos llevemos un trozo de carne a la boca. Por eso, hay que celebrar que el Ministerio de Consumo hiciera obligatorios los sistemas de videovigilancia en los mataderos.
Estas medidas protegen nuestra salud, no solo el bienestar animal. Vox casi provocó en Castilla y León una crisis alimentaria al negarse a aplicar controles que evitaban la extensión de la tuberculosis bovina. Como dice la OMS, la salud no se protege a nivel individual sino social. El COVID, como antes la gripe aviar o las “vacas locas”, nos alerta de la amenaza creciente de la zoonosis. Esto es, la transmisión de enfermedades entre especies. El mayor detonante de contagio es precisamente aglutinar a miles de cerdos, vacas o pollos en el espacio reducido de una granja intensiva.
El futuro que viene será más respetuoso con ellos. Y eso no nos quitará de comer una buena hamburguesa, como las de La Huella Vegana. ¡Qué aproveche esta nueva era de compasión hacia los animales!
