Desde hace ya algún tiempo venimos escuchando con asiduidad en los medios de comunicación determinados abusos (de tipo sexual) que miembros del clero cometen con menores, o han cometido en el pasado y ahora los trasparentan algunos de quienes los han sufrido.
Este verano en la radio ha sido muy presente pues el Papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, 17 de diciembre de 1936), ha decidido hablar más de estos asuntos de algunos sacerdotes (supongo que también habrá sucedido y sucederá entre monjas, pero en este orden la sociedad también relega a las mujeres, en definitiva, y de ello no se habla), e incluso pedir perdón a la sociedad en una carta de casi dos mil palabras difundida en la página web del Vaticano en siete idiomas, en la que entre otras muchas cosas dice que «Hemos descuidado y abandonado a los pequeños…» y promete ‘tolerancia cero’.
Recordaba yo un día del mes pasado cómo en las tres únicas veces que me he confesado en la vida (siempre antes de la primera comunión), el cura de mi parroquia, en el colmo del abuso de uno de los siete pecados capitales: la ira, me daba voces cuando le decía con toda naturalidad que me gustaban los chicos, que había nacido así, y que no me había sentido nunca mal, ni culpa alguna. No quería mentir (eso sí que me parecía pecado). Me chillaba: ¿pero no comprendes pecador que eso va contra natura!!!? Yo entonces no comprendía nada, solo que lo que me daba mucha vergüenza eran aquellos gritos, y que no iba a volver a confesarme más.
Pero con el tiempo, con la mayoría de edad, y más en la madurez, comprendí (que en momento alguno quiero decir que justifiqué, porque siempre puede colgar uno los hábitos en tanto la Iglesia no se actualice de verdad y no a través de campañas de “marketing” y supuestos “papas progres”), que los sacerdotes y las monjas son hombres y mujeres como los demás, y que tienen hormonas, y segregan feromonas, y también que huelen las de los demás (en pocos sitios más en concentración que en las aulas, con el calor y en la edad temprana). Y que en casos esos abusos los harán con premeditación y en el mal uso del poder, pero que estoy seguro de que en otros les pasará como a mí con los helados: que me los ha prohibido el médico, y que yo mismo sé que no debo comerlos, pero que como me pongan al lado de la máquina todos los días, tarde o temprano cojo uno. Y en ese caso no pasa nada, naturalmente, a diferencia de lo que trataba antes.
Yo considero que, por contra de que yo conviva en el amor, la fidelidad, la lealtad, la dignidad, etc. con un hombre como yo hace veintitrés años, y que me haya casado con él hace trece, lo que resulta “contra natura” es que a un ser humano con las mismas necesidades y deseos que los demás, por el hecho de ser católico y querer dedicarse profesionalmente a la enseñanza del amor a su dios, se le prohíba casarse con alguien de carne y hueso, y tener relaciones sexuales en igualdad con el resto de los mortales. Eso no puede resultar bien de ninguna manera. Tarde o temprano tendrán que darle salida por algún sitio entre la culpa y el rezo en el mejor de los casos, o la enfermedad, la hipocresía o la perversidad en casos peores. Y si les ponen donde hay, pero con esa prohibición, pues muchos seguirán haciendo uso, y otros abuso. Al parecer ya les fue mal a Adán y Eva hace muchísimo…
En las cárceles, por ejemplo, donde los géneros no están juntos, a católicos o no, se les permite el bis a bis, ya que si así no fuera, se acabaría usando o abusando de lo que se tuviera más a mano. No se puede, ni pienso que se deba, poner puertas al campo natural.
Opino que lo que el Papa Francisco debería hacer es escribir una carta, más breve, a los suyos, él que es el máximo mandatario puede, para reconocer y permitir que puedan seguir rezando, que puedan seguir amando y mostrando a su dios, sin tener que vivir “capados”. Y que puedan declarar también su amor por los humanos, que no es incompatible, e incluso casarse con ellos como yo.
Probablemente amarían mejor a su dios, y lo difundirían de forma más libre, más ejemplar, con menos relaciones de “amor-odio” ¿Cómo se puede admirar o amar a alguien que te prohíbe que practiques el amor sano con tus semejantes?
Yo no quiero gritar preso de la ira como aquel pobre cura de mi infancia, pero sí que le diría al Papa Francisco, tan moderno, que esto sí me parece “contra natura”. Y que así, por más perdones mundiales que pida, no va a impedir que se sigan cometiendo usos y abusos.