La controversia, que algo siempre tiene que ver con al menos dos ideas encontradas, bien pudiera ser un inicio para ubicarse en una posición en la que, aun llegando a comprender los postulados contrarios, uno se asienta dejando que los argumentos defendidos se conviertan en trinchera y verdades en las que asentar la polarización…
Algo de esto ocurrió cuando en 1913 Marcel Duchamp presentó por primera vez lo que hoy conocemos como ready made. Una práctica artística consistente en tomar un objeto y ubicarlo bajo los estándares en los que se presenta la obra de arte, sin apenas modificación alguna, dejando que el objeto sea visto como una obra de arte creada. El choque conceptual derivado de la descontextualización provoca dos ideas encontradas que pugnan por alzarse con la hegemonía de la razón sin que medie en ello la posibilidad de convergencia. El tiempo y la poética del objeto como elemento sustentante de referencias, hizo posible la inclusión de esta práctica en las propuestas artísticas posteriores a la que se lanzaron más tarde incluso los detractores iniciales.
Acaso sea casualidad, o no, que el primer ready made realizado por Marcel Duchamp – y podríamos decir de la historia bajo esta denominación- fuera Rueda de Bicicleta (1913). Una propuesta elaborada en su estudio donde el artista y jugador de ajedrez, sitúo una rueda de bicicleta sobre una bancada, sujeta por dos soportes, que permitía hacer girar el eje. Durante un tiempo esta pieza permaneció en su estudio pues como él mismo decía “Ver que la rueda giraba fue muy relajante, muy reconfortante. Me gustó la idea de tener una rueda de bicicleta en mi estudio. Disfrutaba mirándola, igual que disfrutaba mirando las llamas bailando en una chimenea. Fue como tener una chimenea en mi estudio.” Dejando a un lado las secuencias o mantras que cada cual, y en cada momento tenga a bien atesorar para su relajación, este inicio, que puso de relieve las posibilidades tanto de una nueva reflexión por descontextualización como la del puro reciclaje, animando a la implicación del observador para dotar al objeto nuevas narrativas estéticas y emocionales, abrió un camino. Un camino que hoy en día sigue vigente en la elaboración de obras, modificando el contexto, escenario e instalación de la obra que, en las propuestas de Duchamp, tuvo su continuidad en la famosa obra “Fuente” dejando sobre el espacio expositivo un urinario para cambiar definitivamente la historia del arte del siglo XX. Aunque, todo hay que decirlo, esta iniciativa artística empezó como un juego desafiante no exento de burla, cuando decidió enviar “fuente” a la exposición de la sociedad de artistas independientes en 1917, con una clara intención incitadora y denunciante. La obra fue rechazada ante la “insensatez” del trabajo, pero la broma-provocación a la que el artista se arrojó, obtuvo posteriormente la consideración de la obra más influyente del siglo XX. Pero para eso tuvo que pasar tiempo y esperar.
Y de turnos, juegos, caminos por recorrer y modos de hacerlo, incluida la bicicleta, la historia -que nosotros parezcamos estar construyendo sin la solidez de los relatos que conforman identidad cultural dejando todo en el vuelapluma de lo inmediato- se nos presenta cargada de metáforas a modo de divertimento hoy mirado inocente, pero de misterio y azares ya por la edad media que marcaban el filón por donde abordar el camino.
Caminos se han trazado a lo largo del tiempo y cada uno de ellos tuvo la razón que los propició incluso siendo paralelos a otros ya habilitados. Caminos que en cada momento y época marcaron etapas sobre el lecho y lo personal; porque lo vivido es un camino que, a veces, se deja tentar por el juego, el azar el símbolo, la vocación y cierto carácter de aventura y peregrinaje. Y es que todo ello, camino, empujes y tropiezos, miedos o penitencias, nos advierte desde hace siglos el juego -como hizo Duchamp- y en concreto, el juego de la oca; tan inocente, falto de estrategia y al antojo del azar que, en esa rueda espiral en las se reparten las sesenta y tres casillas, nos advierte y pone frente al tablero de nuestro camino y el juego, como si de una topografía de la propia vida se tratar. Una casilla tras otra donde los jugadores lanzan el dado y recorren con su ficha según dicte el azar, saltando, avanzando, sabiendo esperar, cumpliendo condena, cayendo a las profundidades de un pozo e incluso deseando sortear la casilla de la muerte. Es la oca un camino que tiene su origen en diferentes partes y localidades españolas correspondientes al camino de Santiago, advirtiendo de suertes y peligros, de arrastres y jubileos donde el número justo es necesario para alcanzar la meta, ni más, ni menos.
Camino de suelo e intención, de presente y futuro que, protegido en su origen frente a vocaciones distintas custodiando la propia, se defendió a mandobles y fervor claudicado en doctrina, pero camino, al fin y al cabo. Camino que hoy transita el fiel y el laico, los cargados y despojados, el solitario, la solitaria, los solos y los acompañados, el peregrino de sí mismo, de sí misma… sin pugna ni defensa. Porque es camino ahora siempre paralelo donde nunca faltará algo de juego, de intención sin reto ni duelo… que el camino se mantiene y de tanto mirarlo es un nuestro, vuestro. El camino hace lugares, los mismos y distintos, en la andadura y el pedaleo… que algo tiene de hipnótico ver girar la rueda dejándose inspirar por vocaciones de aire e inspiración de malos humos agostados.
Juan Antonio Tinte