Las manifestaciones artísticas, nos enseñaron de jóvenes, argumentaron a lo largo de la historia a través de la pintura, arquitectura, escultura, música o literatura, la catalización del momento. En sí y aunque pudiera parecer una paradoja, de manera mucho más conceptual y abstracta de lo que hoy es posible contemplar, del mismo modo que tampoco resulta incierto ser lo único que nos ha quedado para rastrear y seguir investigando lugares del pensamiento con la perspectiva que da el tiempo, no el juicio del presente.
Por otro lado, es una constante que la actividad artística, sin merma de importancia, se ha dado en tratar como una especie de complemento al que se recurre, e incluso del que se puede prescindir siempre al final de cada unidad didáctica en las áreas de historia, por ejemplo, en el capítulo de artes plásticas. Parece como no importar y sin embargo es lo único que queda más allá de los documentos, menguados en cantidad según nos alejamos en el tiempo, porque de la historia en sí seguimos viviendo en algunos de los lodos que importamos de aquellos polvos.
Dicho esto, que pudiera dar lugar a infinidad de interpretaciones y debates, es preciso apuntar que el vínculo existente establecido y que se establece a lo largo de la historia y el arte que identifico siglos, épocas y lugares, nunca resultaron caprichosos, ni fruto de cambios previstos a modo de significación en paralelo al pensamiento de cada período como si una especie de cliché ordenado en gráficos de correspondencias hubiera vehiculado el arte cortesano, sacro, burgués, mitológico, popular, vanguardista, galante. No. La razón y el entendimiento que hoy es posible desarrollar, atesoran unos postulados de peso que fueron capaces de modificar ciudades y paisajes, pensamientos y vocaciones, identidades y estándares que somos capaces de catalogar porque duran en nuestra memoria más allá del rato de recuerdo, aunque haya quien se permita juzgar y considerar todo el arte anterior al presente desde posturas condescendientes con la arrogancia que se permite quien mira sin haber hecho.
En este sentido, el modo en cómo se nos enseña lo que es palpable y la relación, no del todo cuestionada con la época – solo faltaría-, parece atesorar una especie de vacío comprensivo que hace difícil su entendimiento en la dimensión que merece, por cuanto no son pocas la ocasiones en las que el arte y la historia a través de él se ha tratado abusando del carácter anecdótico para justificar el legado que en sí es.
Cada obra es, acaso, más reveladora que la evidencia del documento escrito. Las obras, claro, fueron la mayoría manifestaciones de poder, de estatus o megalomanía pero que en sí mismas encierran un modo de pensar y convencimiento no sólo del destinatario sino también del propio que las concibió en su materialización cuyo carácter como territorio transitorio y efímero estaba descartado. Fueron personas cuya dedicación hoy resultaría providencial que, lejos de lo que pudiera pensarse, anduvieron menos aborregados que hoy mismo, aun cuando hayamos escuchado tantas veces aquello del artistas al servicio del poder…¿Acaso no es hoy así? Ahora más. Y es que a lo largo de la historia y dentro de ella en momentos muy concretos, fueron muchos los artífices que lograron sortear los recodos de una censura que castigaba, artistas que nos han dejado a las puertas del universo de los símbolos, de lo irreverente, pero ante todo, artistas que dejaron su impronta en obras de las que eran autores, aun en el anonimato, que interpretaron el mundo en que vivieron y no al contrario; artista que fueron requeridos o repudiados…artistas en masculino y femenino, historia, realidad en pie después de siglos que a lo largo del curso que comienza iremos dando a conocer no en su etiquetado de catalogación , siempre que la actualidad nos permita.