El tema de este mes, “La música”, no ofrece dificultad alguna para relacionarlo con los insectos, ya que, como ustedes bien saben, hay varios grupos que desarrollan cantos muy elaborados y específicos para atraer a las hembras en las épocas de reproducción —habitualmente primavera y verano— y uno de ellos es el de las cigarras (hemípteros homópteros), pero como ya hablamos de ellas hace unos meses para relacionar la fábula de “La cigarra y la hormiga” y asociarlo al trabajo y la cuesta de enero, vamos a relegarlo para centrarnos en el otro gran grupo que, por antonomasia, representa esta cualidad tan “artística”. Y como imaginan, no puede ser otro que los ortópteros, o sea, los grillos, chicharras y saltamontes, insectos tan extendidos como abundantes por nuestros campos y jardines.
Centrándonos en los primeros diremos que, en general, el canto se produce al rozar las dos “tegminas” —o sea, primer par de alas, más endurecido— entre ellas. El sonido es el resultado del roce de una vena engrosada, situada en una de las tegminas, contra el margen posterior de la tegmina contraria. De esa manera, los grillos consiguen el característico “cri cri cri”… por tanto, en esta ocasión a “los tenores” no les hace falta afinar la garganta, pues basta con frotar sus alas haciendo que produzcan una vibración intensa.
El grillo común —por aquí Gryllus campestris y Gryllus bimaculatus son muy frecuentes— excava una madriguera en el suelo y se acomoda en la entrada para dar sus serenatas crepusculares o nocturnas. El sonido sirve para marcar territorio y atraer a las hembras durante el período de celo (es difícil establecer la localización del grillo y la razón es que la longitud de onda de su canto es similar a la distancia que hay entre los dos oídos humanos). Por su parte, la hembra capta este sonido gracias a que posee una especie de tímpanos. Pero eso sí, según se deduce de estudios científicos efectuados en Inglaterra, una vez que las hembras localizan a estos impenitentes trovadores, son ellas las que eligen quedarse o no con el presunto novio y suelen preferir los que, según su canto, aparentan mayor tamaño.
Por falta de espacio, no podemos comentar muchos detalles curiosos del sonido de estos animales tan fascinantes, pero, como pincelada, decir que, por ejemplo, en el de los grillos del género “Oecanthus” —por los solares de Rivas-Vaciamadrid vive Oecanthus pellucens— existe información meteorológica; cantan con un agudo y chirriante tono de 3,6 kilohercios (kHz) cuando la temperatura es de 27 grados centígrados, mientras que ese mismo canto se convierte en un profundo grave de 2,3 kHz si la temperatura es de 18 grados; en definitiva, que cuanto más agudo es el tono, más calor hace. En este caso, la frecuencia del canto de estos animales no está relacionada con su tamaño, sino con la velocidad a la que es capaz de mover las alas.
Les deseamos, amables lectores, un mes de mayo como dice el refrán: “Florido y hermoso”; un mes de mayo lleno de color y buenas temperaturas y, les emplazamos, si son tan amables, a leer la revista del próximo mes con las nuevas que podamos ofrecerles. Gracias por estar ahí. Sean felices!