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A tomar por Qatar

Nací en la primera mitad de los años 50. Muy pronto fui consciente de que me atraían las personas de mi mismo sexo. En cuanto tuve use de razón le puse nombre: era homosexual. Hasta entonces nunca había sentido orgullo de serlo y tampoco vergüenza o trauma alguno por serlo. Más allá del típico compañero de colegio que se permitía llamarme mariquita (en voz muy baja, pues en los tiempos en que Franco estaba en su apogeo tampoco los acosadores escolares podían expresarse en libertad) no sufrí trauma alguno por mi orientación sexual.

De manera natural, sin decidirlo, fui orientando mi trayectoria vital dentro de la transparencia, sin hacer ostentación alguna de “mi diferencia”, y también sin ocultarla nunca. Y así, alejado de cualquier tipo de folclorismo que pudiera denigrar mi esencia y la de los que identificaba iguales, ha transcurrido mi vida intentando y considero que consiguiendo ser un excelente hijo, hermano, amigo, compañero, trabajador durante 48 años, etc., homosexual.

Volviendo al principio, según fui adquiriendo el conocimiento de la historia de mi país y de que, también sin decidirlo había nacido tan de izquierda como homosexual. Me impliqué, reivindiqué, milité, me llevé los palos que me tocaron, y me tragué con valentía y fuerza el miedo correspondiente para intentar conseguir que quienes lo pasaran peor que yo, y yo mismo, pudiéramos llegar a ver reconocidos los mismos derechos que los llamados “normales”, y, además, poder hacer uso de ellos.

El momento más duro de mi vida al respecto fue cuando en 1987 falleció a los 35 años mi primera pareja y, como “no éramos nada”, no me correspondía como funcionario, como servidor público, el día libre que la administración tenía convenido para enterrar o incinerar a con quien compartía mi vida. Tuve que hacerlo mediante un “moscoso” (como se “bautizaron” a los días de libre disposición debido al apellido del ministro de la época que los instauró).

Para “ser algo” en los aspectos de lo que estoy escribiendo, en 2005, tan solo dos meses después de que el Gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero aprobara el matrimonio entre personas del mismo sexo me casé “con luz y taquígrafos” con el hombre con el que formo pareja desde hace 27 años.

Tras un tiempo de tregua, a medida que he ido envejeciendo, he ido viendo cómo los distintos partidos se revisten, cuelgan o descuelgan, abrazan o se disfrazan, según oportunidad y oportunismo, haciendo una política bastante distinta a la de 2005, la bandera de los colores del arcoíris. Nunca he visto tanto “orgullo”, tantas siglas juntas (hemos llegado hasta LGTBI+) como en la actualidad. Y, al mismo tiempo, una más que preocupante y creciente homofobia y violencia de género en los distintos ámbitos de la sociedad, incluida de forma muy peligrosa en la escuela, en los institutos.

En este mismo momento en el que un país como España que se dice democrático, con un Gobierno que se autoproclama de izquierda “con giro a la izquierda”, considero que hubiera sido una decisión tan necesaria como imprescindible para la causa no enviar a su selección nacional de futbol a jugar a un país donde ser homosexual está castigado por ley hasta con diez años de cárcel, no pueden alojarse dos hombres en la misma habitación de un hotel, las mujeres deben ir tapadas, son tuteladas por sus maridos, obligadas a las relaciones sexuales y carecen de leyes contra la violencia de género…, entre otros aspectos.

Esto opino que habría sido una política tan coherente como necesaria. 

Pero, lo que me parece mucho peor, y poco entendible desde cualquier aspecto LGTBI+, es que el propio Gobierno de España haya comprado los derechos de retransmisión para el país en exclusiva a través de la televisión pública, la de todos y todas, la que pagamos la ciudadanía sin excluir en este caso a ningún colectivo.

Ahora que sí padezco de verdad una discapacidad grave, incluso una dependencia, que soy mayor y las fuerzas no me acompañan, y que el contrincante es tan poderoso como el balón y su mundo, y una decisión del Gobierno de este calado, sí me siento perseguido, marginado. No digo que sea esa la intención, pero esta política está tan alejada de lo que hemos reivindicado tantos y tantas toda una vida, que con gran desaliento lo único que puedo hacer es ir apagando la radio, la televisión y sentirme que me mandan a tomar por Qatar.

Os deseo la más saludable posible tercera navidad en pandemia (aunque no se hable de ella) con los virus en ascenso y las circunstancias a su favor.

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