Decía Jules Renard que “la pereza no es más que el hábito de descansar antes de estar cansado”. Es un factor que está presente en la vida de cada persona y que se ha definido de muchas formas. Todos, en algún momento, somos vagos aunque no queramos reconocerlo. Siempre hay un momento o etapa en nuestra vida que nos dejamos atrapar por ella, pero no todos sabemos cómo aprovecharla al máximo y de una forma saludable; y es que abandonarse a la pereza o a la indolencia, nos puede acarrear consecuencias indeseables como alejarnos de nuestros objetivos y obligaciones, o hacer de nosotros unos extremos sedentarios físicos y mentales muy lamentables. En efecto, la pereza se ha instalado en la sociedad respecto a la política. El fracaso del diálogo y el bloqueo institucional del Estado es un argumento de peso; pero también lo es la falta de ideas que expresan los principales protagonistas de la política española.
La política embarrada y digital de hoy da pereza, sí, pero aún dan más pereza los políticos perezosos, incapaces de plantear propuestas constructivas y positivas, que antepongan el interés general de la sociedad y de sus ciudadanos, a sus intereses partidistas y a sus urgencias políticas personales. Hemos dejado de lado y olvidado que la pereza no se analiza ni se combate, simplemente la hemos ignorado, porque lo que no se vive a fondo, no se cita a fondo. Sería terrible si nos pasara eso. ¿Es un factor dominante en nuestro comportamiento? La pereza se manifiesta como falta de voluntad, de energía, de decisión, en no hacer lo que tenemos que hacer, en no tener criterio, en falta de carácter, en una especie de vacío lleno de tibieza. Ese individualismo comodón y miedoso, indiferente, pesimista, no es precisamente un ejercicio de la libertad responsable; porque vivimos en sociedad, nadie vive aislado, nadie puede afirmar ninguna existencia salvo la suya propia.
La política española y la catalana, deben sacudirse la pereza que alimenta el “no hay alternativa” para resolver nuestros problemas políticos y económicos. Es hora de entender que el libre mercado y el capitalismo sostenible y responsable son necesarios e indiscutibles. Es necesario dar un giro al actual orden de las cosas porque no da más de sí, y resetear como asumen hasta los más escépticos y que promueven los líderes más audaces, comprometidos y responsables. La política es hacerse las preguntas adecuadas, pensar sin apriorismos, reiniciar procesos, avanzar con determinación. Los populismos sólo ofrecen respuestas que no transforman, son atajos y espejismos. Combatir la pereza es el principal objetivo. ¿Cómo? Ya lo decía el filósofo Diego S. Garrocho: “En un tiempo como el nuestro, en el que la belleza queda restringida al cultivo de la imagen, no existe nada más revolucionario que invocar la belleza del pensamiento”.
Las maneras de abordar un problema son parte de las soluciones del mismo. Si la mirada a los retos es siempre desde la misma perspectiva, posición y ángulo, difícilmente se encontrarán nuevas opciones; porque no hay innovación en lo previsible y necesitamos –más que nunca—nuevas ideas capaces de enfrentarse a todo tipo de determinismos que nos paralizan y que reducen la política, a un hecho gerencial o notarial, sin ninguna capacidad de controlarlo ni dirigirlo. La facilidad nos vuelve torpes y la política puede quedar atrapada entre la pereza y el cinismo; pereza para no buscar soluciones a los problemas, y cinismo para no venerar el “no hay alternativa” como respuesta indolente a los retos urgentes que hay que resolver de inmediato. Parte de la política se ha contaminado.
Hemos dejado de pensar y vamos con el piloto automático. Hemos mecanizado nuestras respuestas de forma automática, sin consideración previa debido a la falta de una alternativa viable. Es, precisamente, la falta de imaginación sobre horizontes nuevos lo que impide pensar en alternativas, no la viabilidad de su consecución. Estamos atrapados por las soluciones y respuestas automáticas propias de los sistemas informáticos. Así, las inercias se convierten en carencias. Nadie duda cuando no tiene opciones; y cuando no se duda, no se piensa. Así se encuentra buena parte de nuestra política. Luchemos contra la pereza y la indolencia políticas. Renunciar a explorar nuevos caminos nos aleja de nuevas soluciones. La desafección ciudadana respecto a buena parte de la política, no radica sólo y simplemente en un juicio a los errores (gestión), o los excesos (corrupción). La crítica más contundente está en la percepción de renuncia a dirigir. Más pensamiento y menos inercia. Los retos que tenemos por delante no se gestionan con pilotos automáticos, sino con auténticos pilotos.
Miguel F. Canser