Artículo de Elena Muñoz, militante del PSOE y concejala de Participación Ciudadana.
En los últimos tiempos ha ganado presencia un discurso político que acusa a las asociaciones vecinales, culturales y sociales de funcionar como «chiringuitos» financiados por las administraciones públicas para beneficiar a grupos afines. Esta narrativa, alimentada principalmente por dirigentes del Partido Popular y Vox, se difunde con facilidad en titulares y redes sociales. Sin embargo, su aparente contundencia esconde una profunda desconexión con la realidad cotidiana de las ciudades. Rivas no es una excepción.
Las asociaciones no son estructuras opacas ni privilegios encubiertos, sino pilares fundamentales del tejido social. Reducirlas a clichés o sospechas interesadas no solo deslegitima el esfuerzo de miles de personas voluntarias, sino que también abre la puerta a un empobrecimiento colectivo: menos participación, menos cohesión y, en definitiva, menos democracia.
Una democracia sana no se limita a depositar un voto cada cuatro años. Necesita espacios donde la ciudadanía pueda organizarse, identificar problemas comunes y proponer soluciones. Las asociaciones cumplen esa función desde hace décadas, muchas veces impulsando mejoras que las instituciones ni siquiera habían detectado: accesibilidad, limpieza, transporte, zonas verdes, atención social o propuestas culturales que después se consolidan en las agendas municipales.
Cuando la derecha y ultraderecha de esta ciudad niega la importancia de estas entidades o se las descalifica de forma indiscriminada, llegando a solicitar que se les retire cualquier ayuda pública, lo que realmente se cuestiona es la democracia participativa, esa que permite a la gente corriente influir en las decisiones que afectan a su vida diaria.
El discurso del «chiringuito» insinúa que detrás de cada asociación hay intereses económicos, redes clientelares o favores cruzados. La realidad es la contraria. La mayor parte del trabajo que sostienen estas entidades se basa en voluntariado, en personas que dedican horas de su tiempo libre a organizar actividades culturales, coordinar proyectos deportivos, realizar acompañamiento a mayores, apoyar a familias vulnerables, dinamizar plazas y centros cívicos o impulsar redes de cuidados.
Las ayudas públicas a asociaciones suelen ser modestas, pero su impacto es enorme. No son dádivas ni concesiones discrecionales, sino inversiones de alto retorno social. Talleres culturales que reducen la desigualdad en el acceso a la educación artística; actividades para jóvenes que generan alternativas al ocio consumista y a situaciones de riesgo; espacios para mayores que combaten la soledad; redes de cooperación que integran a personas migrantes o ayudan a aquellos países más desfavorecidos, o que sufren guerras o hambrunas; proyectos medioambientales, formativos o de dinamización económica local…
El ataque indiscriminado a todo el tejido asociativo provoca daños profundos: transmite la idea de que lo colectivo es sospechoso por naturaleza. El mensaje de «cerrar chiringuitos» resulta mediáticamente atractivo para quienes rechazan lo público, pero políticamente empobrece: crea una sociedad más silenciosa, menos viva, menos cohesionada.
Detrás de este debate hay dos modelos contrapuestos que en Rivas se ponen claramente de manifiesto. Uno que desconfía de la sociedad civil organizada. El otro reconoce que una comunidad fuerte se construye desde múltiples actores: administraciones, asociaciones, centros educativos, cooperativas, clubes deportivos, entidades culturales, etc…
La fuerza de una ciudad no reside únicamente en sus infraestructuras, sino en las relaciones que tejen sus vecinos. Son esas relaciones —las que surgen en un taller, en una asamblea, en una actividad de calle o en una red de apoyo mutuo— las que generan confianza, identidad y sentido de pertenencia.
Eliminar ayudas a asociaciones, como ha pedido el PP de Rivas en el pleno de noviembre, no es un acto administrativo menor, es un mensaje político claramente vinculado a una derecha neoliberal que prefiere claramente la «caridad» a la solidaridad. Contra lo que pregonan a diario, eso sí que es ideología. No, eso no es Rivas.
En un momento marcado por la polarización, la desinformación y el individualismo, necesitamos más que nunca espacios donde la ciudadanía se encuentre, dialogue y construya en común. La participación ciudadana es uno de esos espacios esenciales.
Equiparar su labor a la de un «chiringuito» es no entender —o no querer entender— que lo que sostiene una ciudad no son las consignas ni los lemas, sino las personas que la habitan y se organizan para mejorarla.









