Es momento de reencuentro con uno mismo y con los miembros de la familia nuclear. Ahora más que nunca las personas hemos vuelto a convivir, a intentar entendernos y a practicar la tolerancia. Es lo que tiene compartir espacios sin la posibilidad de salir todo el tiempo que uno quiera.
La pandemia nos está enseñando que lo que más nos importa es que las personas a las que queremos estén bien y nos hemos dado cuenta de que acumular cosas o salir de vacaciones ya no nos parece tan necesario. Todas las generaciones que componen nuestro entramado social comparten por primera vez una misma preocupación (la salud) y un mismo objetivo (salir de esta con salud); ahora los abuelos pueden hablar con los nietos de un tema que todos entienden y que a todos afecta.
Muchos de nuestros abuelos ya vivían solos antes pero es ahora cuando los niños, al no poder visitarlos ni abrazarlos y ante el temor de su pérdida, se hacen más conscientes de esa soledad. Los niños deben estar al tanto de la realidad por muy dura que sea, de este modo estarán mentalmente preparados para cualquier eventualidad que surja en el entorno próximo.
Pero la trascendencia que se otorgue en casa a la pandemia debe ser la justa para que el niño mantenga el equilibrio emocional y perceptivo: tan malo es crear una burbuja como magnificar las consecuencias personales y sociales de lo que está pasando. En el primer caso el resultado será una persona ingenua acostumbrada a que todo vaya fingidamente bien, incapaz de pensar que puedan ocurrir cosas desagradables o malas, con poca tolerancia al fracaso y alto nivel de frustración cuando el resultado no es el esperado; en el segundo caso (dramatizar) estaríamos hablando de niños con miedos excesivos, obsesiones o manías.
Por lo tanto, tampoco es aconsejable que en casa la pandemia se convierta en monotema, ni repetirles hasta la saciedad la necesidad de lavarse las manos, ni utilizar el argumento de que la calle es un foco de amenazas vitales como excusa para no dejarles salir, ni mucho menos centrarse en lo anecdótico de vecinos y conocidos que han sufrido esta o aquella experiencia horrible.
Aprovechemos, ahora que tenemos tiempo, para dedicar a nuestros hijos todo el rato que necesiten hasta que entiendan, pero sin insistir: que esta no es la primera pandemia y que no será la última, indagar un poco en la historia para mostrarles cómo, cuándo y porqué fueron las anteriores y qué fue lo que hicieron entonces para afrontarlas; indicarles las medidas de seguridad e higiene efectivas sin pasar por alto que a veces incluso con prevención es posible el contagio; hacerles ver que es transitorio, que pasará y que el colegio volverá a ser igual que antes; y sobre todo procurar normalizar el regreso paulatino a la normalidad sin crear excesivas expectativas de la vuelta a la calle o a las reuniones con amigos para evitarles crisis de ansiedad por temor excesivo a los espacios abiertos (agorafobia) o a contagio en entornos sociales. Además de ayudar a nuestros hijos a componer una interpretación cabal de la crisis y a generar una respuesta emocional equilibrada, también podemos aprovechar esta difícil situación para estrechar lazos familiares intergeneracionales y aprender a convivir y a respetar en espacios limitados.
Raquel Sanchez-Muliterno