OPINIÓN

La izquierda huérfana

La izquierda huérfana

Después del intenso ciclo electoral que hemos vivido en tan solo un año y medio, tras las últimas elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2023 junto a las elecciones generales y europeas incluidas, lo cierto es que el mapa electoral español ha sufrido numerosos cambios: desde el cambio en el poder autonómico y municipal en favor del PP, la desaparición de Ciudadanos, el freno a la derecha con un gobierno progresista, el avance de la ultraderecha en Europa, hasta la nueva división en la izquierda española, que es el punto central de este artículo.

Y es el punto central, porque en las últimas elecciones europeas los votantes nos encontrábamos como principales opciones a la izquierda del PSOE: por un lado, “Sumar” la coalición liderada por la Vicepresidenta Yolanda Díaz, y por otro lado, “Podemos”, la principal formación que había liderado el espacio de la izquierda junto a IU en el gobierno de coalición.

Y esto sin duda, ha traído consecuencias negativas para los intereses de la izquierda en España; si en las anteriores elecciones de 2019, Podemos con IU llegaron a 6 escaños, ahora separados se quedan en 5. Pero lo más preocupante no es la pérdida de un escaño, sino la grieta abierta, la desafección política creada en los votantes, la falta de referencias y sobre todo el desánimo en una izquierda cansada de no conseguir esa utópica “unidad”.

Podemos logró su objetivo de obtener representación en Europa con 2 escaños, y Sumar a pesar de conseguir un escaño más, se quedó lejos de sus expectativas, reabriendo las tensiones internas al quedarse sin escaño el representante de IU y provocando la dimisión de Yolanda Díaz como líder de la organización. Pero a pesar de la alegría de unos y el desánimo de otros, nadie ha ganado, todos hemos perdido. Muchos de nosotros nos sentimos huérfanos de una izquierda más centrada en sus batallas internas que en resolver los problemas reales que tenemos por delante.

Lo cierto es que numerosos analistas y periodistas sobre todo del ámbito progresista, han analizado los errores de unos y de otros, la posible ruta a seguir y propuestas para que el espacio a la izquierda del PSOE pueda volver a recuperar parte del terreno, y entre ellos me gustaría destacar el artículo del exdiputado de ICV, Joan Coscubiela: Sumar: el modelo matrioska no da más de sí (eldiario.es) en el que hace referencia a algunas claves para esa reorganización de la izquierda.

Pero como firme defensora del ámbito municipalista, no quiero dejar olvidado un aspecto que sigue siendo clave para la política nacional, la que no entiende de análisis complejos, la más cercana, la que entiende el lenguaje de la calle, la que hablamos con nuestros vecinos y amigos cuando tomamos un café: la política de nuestros municipios.

Después de mi experiencia como portavoz de Podemos en Rivas y exconcejala de gobierno del Ayuntamiento ripense, me preocupa bastante las consecuencias que tiene esta deriva también para los municipios, algo que deberíamos haber aprendido ya después de mayo de 2023, sin embargo parece que no ha sido así. A pesar de que como dirigente política, tanto yo como mi Asamblea municipal entendíamos que la mejor fórmula para mi municipio y mi organización era presentarnos a las elecciones tal y como habíamos venido trabajando en la última legislatura, junto al resto de organizaciones de la izquierda, en mi cultura política uno asume que forma parte de una organización y respeta las decisiones de forma orgánica, lo que nos llevó finalmente a presentarnos por separado y no obtener representación. Un error que debe servir de aprendizaje para el futuro. Pero sin duda, creo que uno de los principales aciertos de Podemos desde sus inicios fue su generosidad para formar acuerdos amplios, para trabajar de forma conjunta con otras organizaciones, por eso aún entendiendo los miedos y las fobias, creo que alejarte de tus principios y bunkerizarte sirve únicamente para sobrevivir.

La idea de “Sumar” de formar ese frente nacional era una buena idea, porque no sólo pretendía que formaran parte de ese Frente Popular los partidos políticos, sino también organizaciones y personas de la sociedad civil que se sentían interpeladas en determinadas luchas y que formaron parte de esos grupos sectoriales en sus inicios. Lo cierto es que las prisas de una elección tras otra, y también por qué no decirlo, los errores cometidos, han llegado a que ese frente no sea posible.

Con todo mi respeto hacia ambas organizaciones políticas, el error tanto de Podemos como de Sumar por aislarse, han hecho también que exista una “izquierda huérfana” que entiende que las guerras no está entre aquellos con los que tenemos tantas propuestas e ideas en común, y que desde luego es necesario buscar una nueva relación en el futuro. Nadie es imprescindible, pero todos y todas somos necesarias.

Pero creo que aún no todo está perdido, que sigue existiendo luz entre tanta oscuridad, y hay tiempo para volver a intentarlo, puesto que como decía anteriormente, hay claves estatales que pueden convertirse en una realidad si somos conscientes que las propuestas hay que trabajarlas primero desde el ámbito local. No hay fórmulas mágicas.

Aunque siempre he sido defensora de un “proyecto unitario” para la izquierda, tampoco se puede ser ingenua, y lo cierto es que en esto momento esas condiciones no se dan, pero si se puede avanzar a que incluso compitiendo electoralmente, las fuerzas de la izquierda tengan en cuenta los puntos que comparten de sus programas políticos y trabajen en esos acuerdos, algo que no debería ser tan complicado, dándolo también por sentado para sus militancias. Que comiencen a trabajar juntas los temas que tantos nos preocupan: la vivienda, el cambio climático, la sanidad pública, la movilidad de nuestras ciudades, los derechos laborales, junto a las organizaciones y personas de la sociedad civil que comparten las mismas inquietudes. Un trabajo desde el ámbito municipal articulando una línea política clara, que se extienda de abajo a arriba.

Que exista un trabajo coordinado y compartido que impulse políticas de transformación social, y que también sean visibles con propuestas concretas y visibles, tomando como ejemplo las experiencias locales.

Que sea más importante el qué, cómo y para qué, que el quién, entendiendo la búsqueda de herramientas que permitan la confianza y el respeto al trabajo y la implicación de todos los actores implicados en ese proceso de transformación social.

Entender, como decía Coscubiela en su artículo que “todos los actores, incluidos los partidos deben construir algo nuevo” y afrontar el reto de conseguir los objetivos políticos de forma conjunta, puesto que “ninguno puede afrontar sólo el reto, pero a su vez ninguno quiere salir de su espacio de comodidad y control”. Seriamos ingenuos en pensar que cada partido no busca maximizar su cuota de poder, pero deben articularse espacios para ello, en los que se pacten “soberanías compartidas” a favor del bien global, vertebrando las diferentes identidades en clave federal.

Crear una estructura de coordinación de forma que haya una representación de las diferentes organizaciones respetando la pluralidad y la identidad de cada grupo, que se trabajen a escala local, autonómica y estatal.

Crear mecanismos de participación ciudadana que articulen las diferentes propuestas programáticas.

Y por supuesto, trabajar desde lo local y extender las mismas claves al ámbito autonómico y estatal para marcar el comienzo de ese Frente amplio que aspire a ganar. Una marca identitaria que no cambie cada vez que se abre un proceso electoral.

El municipalismo tiene el reto de convertirse en uno de los motores principales de esa izquierda que no quiere sentirse “huérfana” y que busca ganar y gobernar. Aún hay tiempo para 2027, pero hacen falta manos y sobre todo responsabilidad, y en eso las organizaciones y sus militantes, su principal activo, deben también atreverse a hacerlo, veremos si es posible.

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