Reinaldo, colaborador de Zarabanda, ha ganado el galardón concedido por la Asociación Laica.
Jesús Jiménez Reinaldo, poeta navarro y colaborador de Zarabanda, ha sido el ganador del primer premio del II Certamen de Relatos Cortos “Conciencia Libre” que convoca la Asociación Laica de Rivas.
La Asociación Laica destaca la doble función de esta convocatoria literaria. «Difundir las ideas laicistas y disfrutar de la literatura con unos buenos relatos», anuncian.
A este II certamen, informan desde la organización, se han presentado relatos de escritores y escritoras locales, nacionales e internacionales de gran calidad.
El jurado, después de leer todos los relatos presentados, ha decidido otorgar los premios a los siguientes:
Primer premio CUENTOS
Jesús Jiménez Reinaldo Rivas Vaciamadrid (Madrid)
Segundo premio A VECES ME DA POR PREGUNTAR
María Sol Kliczkowski Barcelona
CUENTOS, de Jesús Jiménez Reinaldo
El sobrino del deán asiste a mis clases este curso. Es un adolescente de unos quince años, larguirucho y con una mirada desconfiada. Me pregunto por qué. A menudo siento curiosidad por lo que me rodea, tanta que si atendiera a todo lo que me perturba o me sorprende no tendría horas suficientes el día. Al fin y al cabo, este alumno es uno más. Y su clase una más entre varias. Bastante me cuesta aprenderme el nombre de pila de todos ellos, como para indagar en sus vidas personales o en sus motivaciones particulares. Eso se queda en su ámbito privado, al menos mientras no sean ellos los que se manifiesten y expongan de forma explícita sus preocupaciones o sus reflexiones. Para aquellos que aún se crean que esta tarea de la enseñanza tiene que ser vocacional, les recuerdo que un trabajo es fundamentalmente un medio de subsistencia y que casi nadie en su sano juicio trataría seis intensas horas al día con jóvenes en plena edad de la tontería, impulsados a los actos más ridículos por un cóctel de hormonas que los domina. Sus propios padres no los soportan, ni los entienden; eso queda de manifiesto en cada sesión de tutoría. A todos nos vendría bien un manual de adolescentes serio y solvente, que superara el buenismo de esos volúmenes de auto ayuda que colman las librerías con títulos tan absurdos como «Comprende a tu hijo y dale lo que necesita» u «Hoy no entiendes la adolescencia, pero tal vez mañana sí».
El sobrino del deán se apuntó, a saber por qué, a la asignatura de Literatura Universal que por suerte o desgracia este año me endilgaron a mí, porque nadie más la quiso. La clase la forman unos treinta alumnos, cuyas respuestas a mi encuesta inicial indicaron que la mayoría la ha escogido por descarte, huyendo de las asignaturas de ciencias, y que, aunque esto les pueda parecer tan surrealista como a mí, ni les gusta leer, ni lo hacen habitualmente. Es decir, que al menos anónimamente se atreven a confesar que les interesa esta materia tanto como la construcción de presas en el Nilo. No vean las caras de pánico cuando en la introducción del curso les dije que íbamos a estudiar a autores como Walt Whitman (¿y eso cómo se escribe?), Rubén Darío (¿pero este no era un político?) o Edgar Allan Poe (¿los eliges por la dificultad del nombre?). Cervantes, Flaubert y Chaucer, por no decir Shakespeare o Mark Twain, les eran menos familiares que los alienígenas reptilianos de la ciencia-ficción. Yo creo que en la mayoría de sus casas, por no haber, no hay ni libros, así que imagínense el panorama.
Al sobrino del deán le indignó que entre los contenidos programados estuvieran «Las mil y una noches» y «La Biblia». Ese fue el momento en que tuvo a bien manifestarse como católico, contarme su genealogía y su correspondiente ocupación laboral y misionera, y enfrentarse conmigo, para lo que vino, yo creo, preparado de casa:
—¿Cómo puedes poner un libro serio como «La Biblia» en la programación de literatura? Mi tío dice que eso es cuestionable y que piensa venir a hablar contigo.
—Dile que no hay inconveniente. Mi hora de tutoría para atención a padres es el jueves de nueve a diez, pero adviértele que tiene que pedir cita, no vaya a presentarse sin avisar y no le pueda atender. En cuanto a la pregunta, la contestaré para toda la clase —clase a la que le importaba el asunto, por lo que se percibía, aún menos que la extinción de la fauna tropical por la sobreexplotación maderera de sus bosques.
Y les expliqué que, precisamente, la literatura, en general, no era seria. Que se componía de los cuentos, más o menos imaginarios, que las distintas sociedades y civilizaciones se iban narrando a sí mismas para tratar de darle sentido histórico, ético y científico, al mundo y que, por eso mismo, se quedaban también obsoletos tan rápidamente. Que si alguien se quería creer como verdad la guerra de Troya o la fundación de Roma por los descendientes de Eneas, que estaba en su derecho, pero que a la escuela no se venía a aprender las creencias de otros, sino a conocer la verdad de la ciencia y de la cultura. Y que para mí, que lo tuviera claro, la asignatura trataba de libros, de libros de ficción, y que si quería otro enfoque, digamos más religioso, que entonces debería cambiarse a otra asignatura, si es que la había, o buscar esa formación por las tardes donde la dieran.
—O sea, que si el profesor es ateo, todos los demás también lo tenemos que ser.
—Ni yo he dicho que sea ateo, ni tengo interés en discutir ese aspecto contigo, ni con nadie, en clase de literatura universal. Cuando yo era niño, hace cincuenta años, sí que todos teníamos que ser católicos, apostólicos y romanos, por bautizo, presión social y formación académica, y así de hipócrita era la España de entonces, en misa rogando y con el mazo dando, como dice el refrán, pero estamos en 2023 y los tiempos de las imposiciones ya han pasado. Así que permíteme que, en uso de mi libertad de cátedra y centrándome como debo en la asignatura de literatura, escoja las lecturas y las trabaje con vosotros desde una perspectiva aconfesional y laica. Cualquier otra perspectiva interesada puede ser legítima, pero no es este el foro para tratarla.
El sobrino del deán no parece satisfecho. Sus compañeros tampoco. Y a mí me sigue pareciendo que seguimos necesitando urgentemente una ley de educación que saque de la escuela, al menos de la pública, los contenidos religiosos. Así que yo tampoco estoy satisfecho