“El sinhogarismo llega cuando la red social falla”

iria de la fuente


Entrevista a Iria de la Fuente Roldán, investigadora en la UCM y experta en sinhogarismo.

Cuando un tema te conmueve, ya no lo sueltas. Eso le ocurrió a nuestra protagonista, Iria de la Fuente, que pasó de la intervención directa como trabajadora social a la investigación desde la Universidad manteniendo siempre el foco en algunas de las personas más vulnerables de nuestra sociedad: las personas en situación de sinhogarismo.

Una investigación sobre la “campaña de frío” del Ayuntamiento de Madrid, en la que se contacta con las personas en situación de calle para que estén a resguardo en lo más duro del invierno, fue su primera toma de contacto con esta realidad a la que demasiado a menudo giramos la cara. Una realidad diversa que no puede reducirse a los estereotipos que tenemos sobre las personas sin hogar. Por eso, nos habla de sinhogarismo con “apellidos” como “migrantes”, “mujeres trans”, “jóvenes” o “mayores”.

¿En qué condiciones vivían esas primeras personas en situación de sinhogarismo con las que te encontraste?

La campaña de frío es un microcosmos de una realidad que afecta a muchas personas, pero no a tantas como creemos, al menos no en esa imagen tan estricta de sinhogarismo literal o tan estigmatizada. Es una acción asistencialista de “saquemos a la gente de la calle para que no mueran de frío”, básicamente. Entonces, son personas que llegan en contextos de un deterioro muy grande, que es una realidad que existe, pero que tampoco es la mayoritaria ni debiera ser la cara más visible de esto. Entonces, el enorme deterioro no es solo por el consumo o adicciones, sino por problemas de salud, física y mental, enfermedades y sobre todo, de manera fundamental, por una limitación absoluta de acceso a los sistemas de protección social y sanitaria.

A veces se habla de la vivienda como el peldaño que permite acceder a otros derechos. ¿Qué limitaciones de otros derechos encuentra una persona en situación de sinhogarismo?

Al final, el sinhogarismo es un problema de vivienda y la vivienda es el peldaño de acceso a muchos derechos, sobre todo a través del empadronamiento: un elemento tan sencillo que es la puerta de entrada a todos los derechos que tenemos la ciudadanía. Hay elementos en los que hemos conseguido avanzar como el empadronamiento en los centros de atención a personas sin hogar, en el lugar y espacio público en el que la persona habitualmente pernocta y demás.

¿Qué tipo de caminos o de situaciones pueden llevar a cualquier persona, que podríamos ser casi cualquiera de nosotros, a este tipo de situación?

Las trayectorias son muy diversas y varían mucho en función de los momentos socioeconómicos concretos por los que las sociedades han atravesado. La que predomina en el imaginario social es la de la persona sin vínculos familiares, desarraigada, con problemas de consumo de sustancias, problemas de salud mental y demás, que existe y está ahí. Pero habría que ver si todo eso es causa o consecuencia de la situación de sinhogarismo. Quizá el problema está en que no están funcionando las políticas de salud pública, de lucha contra la droga o de prevención. O que los sistemas de atención no están respondiendo adecuadamente.

Pero luego, cada vez más, hay trayectorias vinculadas a ejes actuales que definen las desigualdades sociales en nuestras sociedades. Un eje de intersección básico que hay que considerar es la migración, los procesos migratorios, por todo lo que supone la llegada a un país nuevo, en según qué circunstancias, y además teniendo que enfrentarse a la discriminación, el racismo y la xenofobia, que impiden a las personas la garantía de sus derechos y, sobre todo, la existencia de situaciones administrativas que no permiten el acceso a ningún tipo de derecho.

Digamos que hay una vulnerabilidad añadida porque esas personas migrantes a lo mejor no pueden acceder a muchos recursos a los que otra persona con nacionalidad española sí que podría acceder.

Efectivamente. Y en el marco de ese elemento, que es lo migratorio, se juntan otras dimensiones que tienen que ver, por ejemplo, con la llegada de personas cada vez más jóvenes. Y se junta con el género, por supuesto. Las situaciones de violencia de género caracterizan a las trayectorias de sinhogarismo y exclusión residencial que afectan a las mujeres.

¿Son víctimas previas o víctimas potenciales de violencia de género por el hecho de estar en la calle?

No todas las mujeres que están en esta situación de sinhogarismo han sido víctimas de violencia de género, pero la mayoría lo han sido antes, durante y después. De hecho, generan situaciones de vulnerabilidad añadida porque generan estrategias de protección que siguen perpetuando situaciones de riesgo, como el sexo por supervivencia o situaciones de exclusión residencial que están invisibilizadas porque no están directamente en la calle. Por eso pareciera a veces que no existen las mujeres sin hogar.

Es un fenómeno menos visible, pero que existe cuantitivamente.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) nos dice que son el 23,3%. Pero claro, eso es solo lo que contabiliza el INE, que son justo las situaciones más visibles, que son las que tú ves, la gente que está en la calle o que acude a los centros de atención, a la red de protección como comedores y roperos, básicamente, que es lo que contabiliza el INE. Pero todas esas mujeres que están, por ejemplo, viviendo en Cañada, que están en subarrendadas, que están en almacenes, en contenedores marítimos, en viviendas hacinadas, con humedades, en ocupación por necesidad…todas esas mujeres cuentan mucho, pero no están siendo contabilizadas, contadas.

Y antes de llegar ahí vemos como las familias monomarentales son uno de los colectivos que más sufren la vulnerabilidad residencial, aunque no lleguen aún a quedarse sin techo.

Efectivamente, las mujeres que encabezan familias en situaciones de monomarentalidad no elegida, que particularmente afecta, además, a mujeres de origen migrante, suman muchísimas dimensiones de vulnerabilidad. Son mujeres con muchas limitaciones de acceso al empleo y de imposibilidad de conciliación. A menudo, quedan relegadas a empleos de baja cualificación, sectorializados en el cuidado y el sector doméstico, que es tan poco reconocido, valorado, tanto social como económicamente.

Siguiendo con la mirada feminista, ¿vemos también personas del colectivo LGBTI, especialmente personas trans, que abandonan el hogar familiar o son expulsadas y acaban en situación de calle?

De manera tradicional, esa ha sido una trayectoria muy presente en el caso de Estados Unidos, pero también ocurre aquí. En los últimos cinco años, ha aumentado el número pero puede deberse a que se ha hecho más visible porque se han generado recursos y proyectos para atender a las personas del colectivo. Mayoritariamente, según mi experiencia, son mujeres trans que, si no han sido directamente expulsadas de sus casas, han tenido una conflictividad relacional que rompe sus vínculos familiares, si estos no aceptan su realidad sexo-genérica. También hay casos de mujeres trans migrantes, que llegan a España como solicitantes de protección internacional.

Hemos mencionado varias veces la migración, ¿qué peso relativo tiene dentro de las personas sin hogar?

Son más de la mitad. Y si hablamos de personas jóvenes, más del 80%.

Y en según que Subpoblaciones, subgrupos, aunque en qué realidades más, por ejemplo, en el ámbito de las personas jóvenes, que son menores de 30, de 18 a 30 años, son en torno al 80 y mucho por ciento, 86, me parece que es, según el INE.

¿Cómo afecta el sinhogarismo a las personas jóvenes?

Ha crecido muchísimo, muy vinculado a los menores no acompañados a los que una vez cumplen la mayoría de edad se les deja muchas veces sin red de apoyo o recursos. Eso apunta a un fallo de nuestro sistema de protección de la infancia y la juventud. Pensemos en nuestros hijos, hermanos, primos…esas personas jóvenes están acompañadas durante su emancipación o su proceso de transición a la vida adulta. Mientras que en un país familista como es España, si no tienes a tu familia aquí, te falta ese apoyo.

¿Cómo influye que la vivienda sea cada vez menos accesible en que puedas acabar pasando de un alquiler muy apurado a de repente encontrarte en una situación de calle?

Yo creo que el salto en realidad no es tan sencillo. Aunque hay que conceptualizar el sinhogarismo como un problema de vivienda, si tú tienes una red, un capital social, una familia o unas relaciones sociales que te den un apoyo, no acabas en situación de sinhogarismo. Por ejemplo, puedes acabar en una situación de exclusión residencial porque te tienes que volver a casa de tus padres, pero de forma transitoria.

Sin embargo, hay otras trayectorias en las que cuando otras patas fallan, repito, las vinculadas a las relaciones sociales y al apoyo social que proporciona nuestra red de la familia y amigos cercanos, te puede pasar que tus recursos propios no alcancen, si tienes un trabajo precario y unos precios de alquiler que eres incapaz de costear. También se puede ver al revés, que sino fuera por la red tan fuerte de las relaciones íntimas y las relaciones familiares, el fenómeno sería más visible porque habría más personas en la calle, en los centros de atención, ocupando por necesidad o en situaciones de hacinamiento, porque no tienen otra alternativa para vivir.

Tras la crisis de 2008, se pudo ver lo que se llamó precisamente “generación boomerang”, para referirse al elevado número de jóvenes que se habían emancipado y que con la crisis tuvieron que volver al hogar familiar. ¿Eso es novedoso?

Eso fue una realidad muy evidente con la crisis financiera del año 2008 y lo que generó, de muchas familias completas volviendo a casa de padres, madres, abuelos, sobreviviendo con prestaciones por desempleo y pensiones de jubilación como único sostenimiento de las familias. No solo jóvenes. Se retoma como estrategia de supervivencia una reagrupación del núcleo familiar de hasta tres generaciones que…no veíamos casi desde que cambia el modelo de familia tras la Revolución Industrial.

¿Por qué el llamado “Estado del Bienestar” no es capaz de evitar estas situaciones?

En España tenemos un modelo de bienestar que es muy amplio y universalista en muchos aspectos, para los derechos que creemos que son incuestionables. Principalmente: salud, educación y seguridad social. Pero cuando aparecen otras dificultades añadidas, que son las que tienen que ver con los procesos de exclusión social, sobre todo con esas personas a las que culpamos de estar en esa situación, que estigmatizamos porque creemos que en esta sociedad de meritocracia no han trabajado lo suficiente o toman la mala vida, han tomado malas elecciones y demás. Para todo ese grupo de población, en el que no nos reconocemos, hemos generado un sistema de atención independiente, que es el de los servicios sociales tanto públicos como privados, el tercer sector. Porque para toda esa población no hay una garantía de derechos.

Entonces, lo que hacen los poderes públicos es depositar la responsabilidad del cuidado de las personas en la familia. Entonces, cuando la familia falla, se supone que aparece la red de protección. Tenemos un sistema en el que servicios sociales, debido a la demanda que tienen y al ahogamiento que están teniendo, si hay red familiar no hay ayudas de emergencia, porque los recursos son limitados.

En una comunidad autónoma como la nuestra, en la que la Ley de Vivienda no se aplica, las personas pierden su vivienda sin alternativa habitacional. Nuestros poderes públicos deberían ser los responsables de garantizar esa alternativa. Y la cuestión es que derivan a la familia: vete a casa de tu madre, vete a casa de tu padre, “¿no tienes un amigo o amiga que te pueda acoger esta noche?”, les dicen. Con o sin vivienda, la situación de sinhogarismo llega cuando la red social falla.

¿Y cómo influyen los salarios, que son centrales para tener ingresos, cotizar…?

Cuando se tienen salarios que no dan acceso a derechos (en la economía informal), tienes un sustento mensual y ya está. Hay una economía que no figura en ningún lugar y que supone perpetuar la situación de vulnerabilidad y de exclusión, porque en el momento en que se deja esa actividad económica, la que sea, no hay cotizaciones, no hay altas, no hay acceso a ningún tipo de prestación y la protección social desaparece. Es muy habitual este perfil más tradicional en personas mayores, en situación de sinhogarismo, que sobreviven como pueden con una pensión no contributiva porque no han generado el derecho a una contributiva…y eso no significa que no hayan trabajado toda su vida.

¿Sigue existiendo ese perfil que podríamos pensar que con los sistemas de pensiones quedaba relegado al siglo pasado?

Sí, por supuesto. Y su vulnerabilidad es inmensa, porque la mayoría llevan mucho tiempo en esa situación, con todo lo que implica llevar mucho tiempo institucionalizadas, y ya no se habla de esas personas mayores.

No puede ser que a alguien se le ponga en algún momento la etiqueta de persona sin hogar y ya sea persona sin hogar para siempre. Como con cualquier otra persona adulta mayor en nuestra sociedad, lo que requiere es algún tipo de residencia, aunque habría también que dar una vuelta al modelo residencial y de institucionalización, para que pueda acceder a los mismos derechos que una persona mayor que haya tenido siempre un domicilio.

En las respuestas al sinhogarismo, igual que en temas de dependencia o atención a personas mayores, se está poniendo en cuestión el modelo de institucionalización y sed apuesta más por medidas en el domicilio. ¿Cómo afecta esto al cambio de políticas de servicios sociales?

La idea de la desinstitucionalización ha calado en cualquier sector de la intervención social, incluida el sinhogarismo. Porque los modelos no son recetas mágicas. Los modelos centrados en que las personas sigan o tengan su propia vivienda son válidos para un grupo. Mientras que en determinados contextos, hay personas que van a tener que estar siempre institucionalizadas y lo importante es que esto no significa negar derechos, porque haya un acompañamiento social continuado. Al virar hacia modelos de atención domiciliaria, se mantiene a la persona en su red y en su comunidad, eso es clave. Pero mantengo un temor a que esa “vuelta a la comunidad” se use para que los poderes públicos se desresponsabilicen de atender a lo que tienen que atender, a los problemas sociales de su ciudadanía.

Por ejemplo, la comunidad te puede sostener y un co-housing senior es estupendo, pero quien tiene que poner el dinero para esa alternativa residencial son los poderes públicos, no un grupo de personas con determinados recursos socioeconómicos (que otras personas no tienen).

¿Y qué dificultades tienen los modelos que se empleaban hasta ahora (y se siguen empleando), más institucionalizados y con centros tan masivos?

Muchísimas compañeras (trabajadoras sociales) se están dejando la piel, día a día, por garantizar derechos y salvaguardar el bienestar y las condiciones de vida de las personas. Pero el problema es hablamos de personas que no eligen su forma de convivencia, que no eligen las normas, que no son sus espacios, que no es su hogar, que no es el espacio elegido. Es un problema, además, sobre todo, porque el número de profesionales nunca llega a ser suficiente y no es posible acompañar procesos de manera individualizada, haciendo un acompañamiento social real. Estos centros son una herramienta que tenemos pero que apunta más a perpetuar ese pensamiento higienista ilustrado de que visualmente tener a esta gente en las calles es un problema. Por eso, también toda la arquitectura aporofóbica.

Cuéntanos en qué consiste esa arquitectura urbana aporofóbica, que significa literalmente que tiene “fobia a los pobres”.

Evidencia la mirada que tenemos hacia esta población. Lo que hemos hecho en la Puerta del Sol es una aberración, porque la gente (sin hogar) ahí no dormía. Se reunían allí como me reúno yo con mis amigos y mis amigas de la misma manera.

Otro ejemplo: los bancos individuales en los que apenas te cabe el culete y ya está. O las basuras y papeleras con una tapa que no puedes quitar, para impedir que nadie busque en la basura algo para comer. Todo esto es un ataque directo hacia las personas que están en una situación de vulnerabilidad absoluta. Les estamos diciendo: “Nos molestáis, no queremos veros, ensuciáis nuestras calles”. Y eso ya lo vimos en la Edad Media, no podemos seguir perpetuando esas cosas.

Al final, es condenarles a la expulsión del espacio público.

Es una expulsión del espacio público, que era el único espacio que ellos y ellas tenían.

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