En la revista del pasado mes pusimos unas imágenes, en esta la explicación
Uno de los lugares más bellos de nuestro municipio, y con más riqueza faunística, es la Laguna del Campillo. Los trabajos de extracción de áridos que dieron lugar a su creación empezaron a mediados de la década de los sesenta y su explotación duró casi diez años. Hoy en día es un lugar muy visitado. Al llegar a su aparcamiento, si miramos hacia los cortados, veremos un orificio por el que asoma un tubo de uralita. Una leyenda urbana “ripense” dice que ese túnel se realizó durante la Guerra Civil y ¡llega hasta el Cerro del Telégrafo!
En el año 2005, en uno de mis paseos para localizar restos de la Guerra Civil, me encontré con Tito, un vecino del barrio del Puente de Arganda, un lugar, por cierto, que también aconsejo visitar, pues su conservación nos lleva a viajar en el tiempo. Estuve un buen rato charlando con Tito, y fue él quien me aclaró que la leyenda del túnel era errónea. Lo cierto es que allí lo que hubo fue un cañón del ejército republicano, (una cueva artillera) y me contó que él mismo había jugado con la maquinaría que lo impulsaba y lo recogía. Más tarde, en el servicio militar, sus superiores, al saber que era de Vaciamadrid, le preguntaron si conocía la localización de la pieza de artillería que les había traído de cabeza en el frente del Jarama. Al ser su respuesta afirmativa se desplazaron hasta la cueva-túnel para confirmarlo.
Tras esta conversación y después de consultarlo con la Concejalía de Cultura, unos cuantos socios de GEFREMA, decidimos embarcarnos en la aventura de entrar en aquel túnel. Queríamos saber cómo era y lo que había en su interior. Y allá que nos fuimos
Entramos por la tronera y nos encontramos una galería tallada a golpes de pico de dos metros veinte de ancho por dos de alto y de paredes totalmente verticales. Al caminar por ella se podía percibir que está ligeramente inclinada. En el suelo encontramos los restos del cultivo del champiñón que se realizó en la posguerra, tablones clavados a media altura, cajas de madera y hasta dos regaderas metálicas.
Nos adentramos diecisiete metros, el túnel continuaba, pero percibimos cómo su altura aumentaba considerablemente hasta los cuatro metros. Desde allí se ve el orificio, perfectamente redondo, que servía de respiradero para evacuar los humos y de observatorio. Seguimos hacia el interior, y a unos quince metros la galería volvía a ganar altura superando ampliamente la del tramo anterior. Allí aparece un ramal de diez metros de longitud que termina en lo que parece ser el almacén para la munición. Volviendo al ramal principal y a veinticinco de distancia, nos encontramos en una habitación con la puerta de entrada original cegada por un montículo de tierra.
Resumiendo, nos encontramos con lo que fue un cañón en caverna y el túnel para acceder a él de unos ochenta metros de longitud y entre cuatro y seis de altura, con dos recintos y una segunda planta desde la que poder observar los efectos de los cañonazos. La entrada original está situada en las proximidades del aparcamiento del polideportivo. Si algún día se pudiese acondicionar su acceso, tendríamos en Rivas otro estupendo enclave de turismo cultural, donde poder contemplar un magnífico ejemplo de ingeniería militar de la República además de estudiar la Historia reciente de España in situ.