El Mayor Honor

Hablar de generaciones siempre es complicado, porque quien únicamente comparte una edad…tiene poco en común. Sin embargo, mucho se ha escrito sobre la Generación de la Transición que ahora se jubila.

De ella se ha dicho que es la generación que más se ha enriquecido al calor de una vivienda barata que se revalorizó durante décadas, lo cuál contiene parte de verdad. También se ha dicho que es una generación politizada, activista, que no solo luchó en el pasado contra la dictadura, sino que sigue siendo el sostén principal del movimiento vecinal, de las luchas por la sanidad o las pensiones dignas, entre otras. Esto también es cierto: es una generación de izquierdas o, al menos, nítidamente antifascista, que no se deja engañar porque sabe lo que está haciendo Elon Musk cuando levanta el brazo (y no es pedir un taxi).

Estos dos ejemplos bastan para entender que entre nuestros mayores hay una apabullante diversidad que debería hacernos evitar tratarlos como a un todo uniforme. Sigue habiendo pensiones de miseria, mayores desahuciados, a la par que existen esos propietarios acomodados que están provocando que la herencia vuelva ser lo que define tu posición en el mundo. Tal vez, sí, es la Generación que acumuló más poder político, mediático, económico y de todo tipo…o al menos, una élite, un grupo reducido, mientras muchos otros y otras, igual de capaces o de entregados, se quedaron por el camino.

Para entender a la Generación de la Transición resulta útil recurrir al concepto de “generación bífida” que acuñó el periodista Eduardo Haro Tecglen en 1988. Es una generación partida en dos. Una generación que creyó en la democracia, pero que se encontró que la democracia no reservaba el mismo futuro para todos y todas.

Hablar de “envejecimiento activo” parece redundante: si miramos alrededor, vemos a nuestros mayores estudiando, haciendo deporte, liderando concentraciones y siendo ciudadanos integrales con plenos derechos. Sí, con arrugas de más, pero es el resto de la sociedad y la democracia la que peor ha envejecido. “¿Dónde está la juventud luchadora que les dé el relevo?”, se preguntan muchos, con una dosis de verdad y otra de incomprensión de las nuevas generaciones.

No hay mayor honor que el de esta generación que logró pensiones y servicios públicos, pero jamás se relajó para disfrutarlos, mientras existiera la amenaza de que se los arrebataran a quienes les preceden. Lo mínimo que podemos hacer para corresponderles es seguir su ejemplo de compromiso cívico y, además, exigir justicia para las 7291 personas que ya no están con nosotros y que podían haber tenido una vida más larga o un final menos amargo.

Porque, en resumen, el choque nunca fue entre generaciones, sino entre quienes se mueven para cambiar el mundo y quienes se mueven para conservar intactas y eternas sus injusticias.

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