Bajo techo

Cuando éramos pequeños y jugábamos al pilla-pilla o al escondite, conseguíamos llegar a un punto clave que tocábamos para ponernos a salvo al grito de “casa” (también se dice “chufa” o “piedra”, en otras comunidades autónomas). Un grito de alegría repleto de sabiduría infantil, que ilumina el drama del que hablamos este mes: el sinhogarismo.

“Tener un techo es todo”, dice Fernando. Él es beneficiario de uno de los programas de la ONG Hogar Sí, que intenta solucionar el problema del sinhogarismo (esto es, de las personas que no tienen una casa y viven en un albergue o en la calle). Tras 30 años en “situación de calle”, como se dice en el argot de las trabajadoras sociales (en femenino, pues ellas son mayoría), pudo acceder a una vivienda propia…algo que le salvó la vida. Tuberculosis, neumonía…la salud es lo primero que se resiente en la vida de estas personas.

Aproximadamente, 37.000 personas están en esta situación: no tienen, literalmente, ni donde caerse muertos. La sociedad parece desentenderse hasta el punto de que, en nuestro día a día, tendemos a ignorarles como si fueran invisibles. Según los expertos, este rechazo social es aún más doloroso si cabe que cualquier otra de las privaciones que sufren.

Ahora que parece que la vivienda es el tema que más nos preocupa, tal vez merezca la pena detenernos a conocer la ignorada realidad de aquellos que ven vulnerado de manera más grave su derecho a la vivienda. “No somos extraterrestres, somos personas normales”, dice Lola. Ella era una ama de casa a la que el divorcio dejó sin pensión ni muchas opciones. Tras aguantar un tiempo encadenando contratos temporales de celadora y alquilando habitaciones diminutas, dió con sus huesos en la calle en cuánto la temporalidad dió paso al desempleo. No todo el mundo tiene familia o seres queridos que actúen como red de seguridad cuando vienen mal dadas. Estamos más cerca de una persona sin hogar que de que nos toque la lotería.

Detente un segundo a pensarlo: ¿a dónde le llegará la cita médica, si no tiene casa? ¿Dónde se ducha y se viste para ir a trabajar o estudiar? ¿Cómo evita que le roben cualquiera de sus escasas pertenencias? Todo empieza por el derecho a la vivienda, porque una casa es también el hogar del resto de derechos (salud, educación, trabajo, propiedad privada o la tan preciada intimidad y privacidad…).

No tener casa no es un problema de jóvenes que quieren independencia. Es una precariedad vital por los precios de la vivienda que se extiende lentamente, pero sin freno, como una mancha de aceite. Ojalá garanticemos el derecho a la vivienda para todos y nunca más nadie sienta que le vuelven la mirada por no tener una casa, por ser víctima de nuestra indiferencia ante la vulneración de derechos.

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