Vuelven las cavernas

Caben pocas dudas de que el uso de términos como “tolerante” o “transigente”, que gran parte de la población se arroga para sí, pretende poner de relieve la disposición para la normalización, inclusión, acercamiento o afecto social hacia toda la diversidad humana. Sin embargo, la estética y el aparataje del que se inviste el transigente y tolerante, en una continua autoproclamación, le ofrece la posibilidad de redención como lo hace la penitencia dispensada al parroquiano. El “tolerante” así, y sin bajarse de la poltrona de sus certezas, administra y despacha su condescendencia, permitiendo ser dignos por designación, a todo aquel o aquella que ha sido depositario de su “misericordia” con un marcado carácter cercano a la inspección y a la revisión permanente de su propio juicio, según convenga la aplicación del postureo moral en una u otra dirección.

Claro que del otro lado están los que parecen ejercer una especie de hegemonía frente al resto (alimentados, hoy más, por el fragor patriótico de un fascismo campante en sus propuestas de vacío, violencia y políticas de tierra quemada) ubicándose en el lugar de las esencias, las verdades, la moral, la decencia, los valores y desde el luego, en el juicio y veredicto sobre la dignidad y derechos del resto de la población. Los “intolerantes” que llevan su impúdica hostilidad como estandarte, no dudarán en abalanzarse sobre la vida de los demás y, en la brevedad de su recorrido neuronal, hacer perseverar la violencia social y política sobre toda persona con proyectos de vida e identidad tan diversos como formas hay de estar en el mundo.

Y en esto nos encontramos a las puertas de la semana del Orgullo. Una semana de celebración y, por encima de cualquier otro aspecto, de reivindicación donde el colectivo LGTBI pone de relieve sus conquistas, pero también todo el camino que hay que recorrer y volver a recuperar tras el blanqueo de políticas homófobas, aumento de las agresiones y espacios que de nuevo cuestionan la legitimidad de cada cual con el argumento de la identidad individual. Perfecto.

La perplejidad no deja lugar al descanso y tanto la incongruencia como la vocación por odiar, materializadas por parte de las cavernas, viene de lejos y una lectura de la historia interpretada con animosidad, sumerge la libertad e identidad individual en el territorio de la “anomalía”, convirtiendo la “anomalía” en rechazo, el rechazo en discriminación, el objeto de ésta en peligro, el peligro en ilegal, el ilegal en perseguido y el perseguido en violentado.

Apuntaba lo de la perplejidad porque ya en textos centenarios se señaló la relación entre personas del mismo sexo como algo contrario a la naturaleza, a la biología… capciosa esta propuesta cuando nos llega por parte de entidades que no consideran la biología y evolución como una realidad y la enfrentan al creacionismo al que se aferran. Sería, entonces, conveniente recordar que esa biología humana y su evolución hace que las cualidades de la especie se hayan desarrollado más allá de su condición anatómica. La evolución del pensamiento genera identidades y eso es tan humano como nuestra capacidad para el lenguaje.

La amenaza se vuelve a cernir en la aleatoriedad del presente, pero a los opresores no habría que definirlos de manera homogénea. Y es que entendemos esto como si todos aquellos que se corresponden con unas señas de identidad similares al opresor tuvieran esa condición. No. Del mismo modo, no deberíamos caer en la simplicidad de pensamiento, aceptando que sólo se puede ejercer la identidad individual desde una sola posición; identidad cualquiera que ésta sea. Sí, se hace preciso discernir entre las políticas de identidad y aquellas que abundan en la solidaridad, ambas censuradas por la caverna, pero diferentes y a veces necesarias al mismo tiempo. Y es que, como siempre ocurre, es en los estratos más bajos donde todas las luchas adquieren un cariz verdaderamente dramático.

Una amenaza, la referida que, si bien nunca fue erradicada, ha vuelto multiplicando los casos de agresiones físicas y verbales trascendiendo los estratos antes referidos, para instalarse como una especie de estado de vigilancia que recoge el legado de las construcciones de donde deriva el estado actual de las cosas.

Y es que volviendo a los que hablan de hechos naturales, o antinatura, teniendo el mismísimo Génesis como fuente documental (con la iglesia hemos topado…) resulta que existen conductas pecaminosas designadas por no se sabe quién; que el pecado es constitutivo de castigo y que el castigo posteriormente queda en manos de la ley. De tal manera, castigo y delito se funden en una sola cosa a partir de lo cual se justifica la persecución, atribuyendo todo tipo de perversidad a toda persona que desde su identidad cuestione la homogeneidad de la heterosexualidad como única realidad frente al resto. La perversidad se mantiene. Y se mantiene en el menosprecio, hostigamiento, y violencia hacia la diversidad por parte de quienes mantienen el legado de la inmovilidad y la hegemonía de la imposición al resto de algo que no les afecta en absolutamente nada…Por supuesto, el disparate y la barbaridad se materializa y hace visible en la cárcel y la pena de muerte que muchos países mantienen en su código penal para el colectivo LGTBI, sustentado en aquello que algunos se atreven a denominar normalidad sin pudor alguno, que aquí en España campa al grito de “maricón” o “bollera” mientras las palizas se suceden hasta el hospital o el cementerio. Sí, una truculenta normalidad que ancla sus principios en el odio, la criminalidad y el asesinato. La lucha, así las cosas, debe continuar, el camino es largo. Los derechos del colectivo LGTBI no están conquistados por mucho “tolerante” que nos rodee.

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