Emular compromiso no convierte en comprometido a quien lo interpreta. Escrutar las posibilidades de éxito por decantación en tanto que se quiera justificar un acierto en forma de drama traído a intensidad sin que la haya, es terreno conocido. Las manifestaciones artísticas tienen que ver con el momento y la capacidad para abstraerse de él dejando que gravite el análisis en la percepción que pueda generar.
La vigencia de los clásicos se atesora por eso mismo, no porque se vea en ellos un hito, que también. El arte contemporáneo como fenómeno de la cultura y lenguaje no ha jugado el papel que se esperaba de él, como sí lo han hecho y desarrollado otras disciplinas. Porque para que lo sea -arte y contemporáneo- no puede convertirse de forma sistemática en una realidad informativa de lo que ocurre. Debe trascender ese aspecto y acumular la posibilidad de reflexión, de abrir todo un panorama de pensamiento y debate sin el apoyo de quien establece momentos a modo de objetos para la reacción inmediata. ¿Nos extraña la desafección entre el arte y la ciudadanía? ¿Estamos ofreciendo una cara de la realidad propiciadora de una lógica que salda las necesidades del “baranda” de turno a través de un lenguaje previsible sazonado de insurgencia pactada? ¿Es la patochada y la evidencia una forma de alcanzar los bajos niveles de comprensión emulando altura?
No alcanzamos a saber si las teorías abordadas por el filósofo alemán Gottlob Frege (Wismar 1848) vaticinaban, de alguna manera, el desconcierto y sin razón que nos asiste, aventurándonos a ofrecer entendimiento al desajuste entre lo que escuchamos y la realidad, entre la lógica y el lenguaje…
Y es que sin querer hincarle el diente, resulta imposible no referirse a los resultados de las pasadas elecciones autonómicas. Sí, giro radical del relato…Desde entonces y a expensas de los resultados mucho se ha hablado e intentado explorar acerca de ellos que, no por anunciados, fueron menos sorprendentes.
En este peregrinar desde entonces no han dejado de sucederse reacciones de abatimiento y exaltación de todo pelaje frente al éxito de un lado y la debacle del otro. Los más espabilados no han tardado en recurrir a citas centenarias, incluso milenarias, confirmando lo sucedido como un mal endémico repetido a lo largo de la historia sin posibilidad de enmienda.
¿Por qué nos extraña tanto entonces? En qué momento habíamos pensado que los argumentos se impondrían frente a un discurso en ausencia, y lo mejor de todo, que alguien estuviera dispuesto a escuchar, analizar, pensar y obrar en consecuencia.
La capacidad de decidir y ejecutar la decisión a través del voto es proporcional a dos factores fundamentales. A saber: El interés particular calculado que puede llegar a cabalgar a lomos de lo colectivo haciendo de ello consigna por un lado, y la capacidad para entender no sólo lo que se escucha, que no es poca cosa, sino también todo el lenguaje encriptado que, de puro evidente, queda al margen de valoración alguna por parte del votante por otro ¿Nos extraña? Comparemos esa capacidad de pensamiento y decisión con cualquiera otra dentro de ese espectro que reclama reflexión para un acercamiento a la objetividad.
Parémonos, o mejor, pongamos en paralelo ciertos comportamientos electorales con otras realidades derivadas de la articulación de un lenguaje donde la lógica no presenta objetivo alguno. Y es que a veces, muchas, se confunde lógica con realidad. Así, los avispados se empeñan en cuadrar un discurso en donde la masa cree reconocer una lógica aplastante subiendo el ego del personal. La realidad, sin embargo, nos somete a un debate más profundo en el que, de lejos, se vislumbran las argucias del avispado perpetuando el engaño y la omisión de sus propósitos, prometiendo oropel, fiesta e incluso libertad… para el descalabro, en una especie de discurso épico y compromiso de saldo.
Y después de todo… ¿tiene todo esto sentido alguno? ¿Cómo justificar? En un lado en un lado y otro lo evidente vende, la veleidad es tratada con rango de responsabilidad fruto del facilismo con el que se arguye y se comprende. Bien está. Pero por mucho que arenguen, si lo evidente de ser arte y cultura, lo otro deja de ser política y ambos, elevados a los alteares de la mediocridad, culparán al pensamiento construido de sus desatinos y obstrucción a la libertad. Ironías de la vida.
Juan Antonio Tinte