Nuestro “gusto” musical se forma -habitualmente- en nuestra pandilla adolescente. Los profesores y los padres son «another brick in the wall» (como cantaba Pink Floyd), otro ladrillo de esas autoridades que sentimos a esa edad como asfixiantes. La música se convierte en una expresión de libertad. En 1980, esta canción sería el himno de protesta de los estudiantes negros sudafricanos contra el apartheid. Y es que “10.000 oyentes bien usados son un ejército”, cantaba Gata Cattana, leyenda del rap español cuya prematura pérdida seguimos llorando.
Desde las trompetas al paso de los reyes, los poderes fácticos intentaron usar la música a su favor, pero siempre fue un fenómeno surgido de abajo. El rock nace de los ritmos negros, en un tiempo de despertar por los derechos civiles en EEUU. Antes de que a Bob Dylan se le ocurriera tocar una guitarra eléctrica cuestionando los dogmas del folk, artistas como Chuck Berry ya se habían “pasado el juego” con canciones tan explícitas como “Roll Over Beethoven”, que reivindicaba que el rock iba a superar a la música clásica como género de referencia (así fue, pero los blanquitos The Rolling Stone cogieron el invento).
Poco espacio para el rock, sin embargo, en una España franquista de coplas y flamenco. “Canto a la Libertad” (Labordeta) o “Al Alba” (Aute) se convertirían en auténticos himnos, coreados en manifestaciones y protestas. Pero también la copla o el flamenco serían espacios culturales de resistencia.
Lidia García analizó en la obra “Ay, Campaneras” el carácter contradictorio que jugaron las folclóricas al defender una suerte de “poderío” feminista en el escaso margen de “libertad vigilada” del Régimen. ¡Conchita Piquer se negó a actuar por segunda vez en El Pardo, incluso! Por otro lado, el franquismo se tomaba su revancha con chotis como el “Ya hemos pasao”.
Tampoco artistas del flamenco de la talla de Paco de Lucía se libraron de recibir palizas de la ultraderecha. En diciembre de 1976, ocho matones le molieron a golpes. ¿Su delito? Haber respondido en una entrevista de Jesús Quintero a la pregunta de qué mano era más importante para tocar la guitarra. «La izquierda es la que hace música, es creativa e inteligente. La derecha es la que ejecuta», respondió.
Este mayo, un país geográficamente no europeo como Israel habrá participado en Eurovisión. Porque la música es mucho más que música, muestra qué nos conmueve y qué nos importa (y no es Gaza). Rivas es un “pueblo de cultura” al que le importa Palestina y también la música, como canta el “Blues de Rivas” de Jazz Lemon, un auténtico himno ripense, con permiso del conocido temazo de Ernesto Tecglen (“Yo soy feliz viviendo en Rivas-Vaciamadrid”).