Mujeres singulares en plural: María Blanchard

Mujeres singulares en plural: María Blanchard

El 6 de marzo de 1881 nació en Santander María Eustaquia Adriana Gutiérrez Blanchard; siguiendo la tradición cántabra, le aplicaron el apelativo cariñoso de Mariuca y el diminutivo Cuca. Nació con una severa discapacidad que marcó toda su vida. María vino al mundo marcada físicamente de baja estatura, con la espina dorsal torcida y una gran chepa sobres sus hombros.”

María Laffitte y Pérez del Pulgar, Condesa de Campo Alange que fue la primera persona que escribió una biografía de María Blanchard recogió el testimonio de una de sus hermanas, Carmen Gutiérrez Blanchard, narrando así el origen de la deformidad física de Cuca: “Una señora sube a un coche tirado por un tronco de briosos caballos. Los animales, a punto de arrancar, hacen un brusco movimiento de impaciencia. La señora resbala y cae, sin subir al estribo. Está próxima a ser madre. Una criatura queda marcada, antes de nacer, con el sello de la tragedia.”

La familia de María Blanchard era muy destacada en la sociedad y en la vida intelectual de Santander: su padre Enrique Gutiérrez Cueto era secretario de la Junta de Obras del Puerto y fundador y director de un prestigioso diario, El Atlántico, así mismo, practicaba la pintura como afición. Su madre era igualmente culta, hablaba varios idiomas, tocaba el piano con gran soltura y era una constante e impenitente lectora.

Siguiendo a María de Campo Alange: “Vive la infancia triste de los niños débiles o enfermos. Ojos negros, de mirada profunda, inteligente; boca grande, nariz afilada, expresión simpática. Un rostro interesante y atractivo hundido entre los hombros… Así que al crecer el destino “natural” de marido, hijos, sería truncado y “María, naturaleza insumisa, sacará, penosamente, de la negrura de la renunciación, su arte magnífico, hecho a la luz misteriosa de los más tiernos sentimientos.”

Su infancia trascurrió entre Santander en invierno y los veranos en la casa solariega de Comillas y en la de Cabezón de la Sal. Para María José Salazar, “Es de suponer que pasó este periodo entre juegos, estudios y muchas amarguras. Su hermana Ana recuerda como en ocasiones rompía a llorar de forma totalmente inconsolable y es que, sin duda, siendo solo una niña ya presentía, con esa gran sensibilidad que le caracterizaba, el duro camino que le estaba destinado.”

Siguiendo los deseos de su padre, María estudió dibujo y pintura. Su prima, Josefina de la Serna, apuntaba que “él intuyó que no sería su hija una criatura vulgar, y sintió un gran consuelo cuando la vio hacer sus primeros dibujos… Sonreía y pasaba su delgada mano sobre el rubio cabello de la pequeña; y la elogiaba y la estimulaba.” Su formación durante los primeros años no debió de pasar de un aprendizaje familiar. Según Salazar: “Son escasas las obras que se conservan de este momento, pero ciertamente sus primeros trabajos eran muy académicos, sujetos a la imagen, y poseen el valor de la simple representación.”

Con una beca de la Diputación de Santander se trasladó a Madrid en 1903, donde asistió a la academia de Emilio Sala y también fue alumna, durante un breve tiempo, de Álvarez de Sotomayor y finalmente de Manuel Benedito. Pero las calles de esta ciudad no eran tan acogedoras como las de Santander, quizás acostumbradas a su presencia. Así, según Campo Alange: “la frágil y sensible muchacha es objeto de burla por los incivilizados niños de nuestra tierra. Algunas mujeres se santiguaban a su paso. Sin volver siquiera la vista, María percibe la ofensa, la onda de desprecio o de terror supersticioso.”

Su padre falleció un año más tarde y su madre vendió todo lo que poseían en Santander y se trasladó a Madrid con María junto con el resto de sus hijos para que éstos puedan seguir con sus estudios. La economía familiar no era tan boyante como podía parecer y doña Concha comenzó a dar clases de francés para aportar algunos ingresos extras. María que iba adquiriendo seguridad en sus estudios, presentó su obra en la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1906; allí expuso la pintura Gitana y bajo el nombre de María Gutiérrez Cueto, natural de Santander, discípula de Emilio Sala.

En 1907-1908 comenzó a estudiar en el taller donde Manuel Benedito impartía clases. En ese mismo taller trabajó junto a Diego Rivera el cual traía de México una carta de presentación de un familiar de María; surgió una camaradería entre los dos que duró cerca de veinte años. Esta amistad fue de gran importancia ya que compartían gustos estéticos, estudios, viajes visitas al museo del Prado; fueron inseparables en cuantas tertulias se preciaran tanto en Madrid como posteriormente en París.

El pintor Diego Rivera, con quien compartió su estudio de pintora y una gran amistad, diría de ella años más tarde: “Era jorobada y alzaba apenas poco más de cuatro pies del suelo. Pero encima de su cuerpo deforme había una hermosa cabeza. Sus manos eran, también, las más bellas manos que yo jamás haya visto… No conseguía ocultar, usando anteojos innecesarios y con vidrio sin graduación y el pelo desaliñado, una cabeza realmente bellísima.”

Conocedora de la situación económica de su familia y con deseos de ir a Paris a continuar su formación y tomar contacto con el ambiente artístico que allí se vivía, en 1908 solicitó una beca a la Diputación Provincial que le otorgó 1.500 pesetas y al Ayuntamiento de Santander que le aportó otras 1.000. Con tan pequeña cantidad para la época y una recomendación para un convento de monjas donde, a cambio de dar clases, recibía alojamiento y comida, María marchó para una ciudad donde la gente vivía sin fijarse en los demás. Al parecer, no estuvo mucho tiempo entre aquellos muros pues en 1909 ya se había trasladado a un pequeño cuarto donde trabajaba.

Comenzó a estudiar con Anglada Camarasa que era en aquellos momentos de 1910 la figura artística del momento y que había montado una escuela: la Academia Vitti. Allí, además de un adelanto en su formación, conoció a la pintora Alma Dolores Beltrán y a Angelica Beloff quién, posteriormente, sería su mejor amiga la cual escribió en sus Memorias: “[…] Desde el primer momento simpatizamos y en una ocasión en lo alto de una de las torres de Notre Dame, hicimos un pacto de amistad.” Y, más adelante hizo una fiel descripción de la vida que María llevaba en aquellos momentos: “Su vida en Paris era verdaderamente heroica, recibía una pequeña cantidad o beca de su pueblo natal, Santander; con eso compraba los colores, pagaba el taller Vitti, vivía en un cuartito y organizaba sus comidas de una manera muy especial. Decía que para mantenerse fuerte debía alimentarse bien; así, compraba todos los días dos litros de leche, dos bistecs y pan; tomaba la leche sin hervir para ahorrarse el esfuerzo y el fuego, cortaba el pan, freía la carne, la ponía dentro del pan y se la llevaba al taller, en su caja de pinturas. En un momento de descanso comía, y por la tarde repetía la dieta de leche y pan con otro bistec. Casi nunca cambiaba de menú.”

Ambas amigas decidieron el verano de 1909 pasarlo en Brujas, ciudad que en aquellos momentos recibía el impulso artístico que se estaba fraguando en Bélgica y que más tarde con la fundación del Cercle des Vingts dio un verdadero cauce al impresionismo. En aquella ciudad se encontraba Diego Rivera y María decidió alquilar un cuarto encima del que él y otro pintor, Enrique Freymann, tenían alquilado. De este hecho, escribió Rivera en sus Memorias: “[…] me encontré con María Gutiérrez Blanchard […] con María estaba una joven rubia pintora rusa, Angelica Beloff, una persona bondadosa, sensitiva, casi increíblemente decente. Para su desgracia Angelica llegaría ser mi mujer dos años más tarde.” Allí, en Brujas, el aspecto físico de María provocó unos hechos que Angelica relató en sus Memorias: “Su deformidad provocaba crueles bromas de los niños de Brujas, que cabe decirlo, son muy mal educados. A veces llegaron a arrojarle tierra o arena a sus cuadros. María desesperada, se dirigió a la prefectura de policía y logró que le adjudicaran un gendarme para que la protegiera.”

A su vuelta a París se fue a vivir con Diego y Angelica con la idea de compartir gastos, casa y estudio. En aquellos momentos además de acudir a la Academia Vitti, comenzó a ir a la Academia creada por Marie Vassilieff, también amiga, con la que posteriormente llegó a convivir. En 1910, Diego Rivera regresó temporalmente a México, la pensión de María se iba acabando; no podía luchar sola y lograr su subsistencia en Paris por lo que regresó a España a finales de ese año.

A su regreso a Madrid, se fue a vivir con su madre y presentó en la Exposición Nacional de Bellas Artes su obra Ninfas encadenando a Sileno con la que obtuvo una segunda medalla. Federico García Lorca visitó esa exposición y escribió sobre ella: “Uno de los primeros cuadros que yo vi en la puerta de mi adolescencia, cuando sostenía ese dramático diálogo del bozo naciente en el espejo familiar, fue un cuadro de María. Cuatro bañistas y un fauno [en realidad no hay fauno]. La energía del color puesto con la espátula, la trabazón de materias y el desenfado de la composición me hicieron pensar en una María vestida de rojo, opulenta y tiernamente cursi como una amazona.”

Tras unos días en Granada visitando a su hermana, María solicitó de nuevo ayuda, tanto al Ayuntamiento como a la Diputación de Santander; esta vez llevaba en su haber las dos medallas ganadas en la Exposición Nacional de Bellas Artes como aval. Recibió inmediatamente la pensión de 1.500 pesetas para dos años de la Diputación y el Ayuntamiento, tras una breve polémica, le concede la renovación por dos años, gracias al apoyo de Menéndez Pelayo.

A finales de 1911 regresó a París en compañía de Angelica Beloff a donde se incorporó Diego Rivera a su vuelta de México. Los tres compartieron la vivienda-estudio durante siete años, allí acudían diversos artistas de la vanguardia como Leopold Cottlieb, Mondrian, Severini estableciéndose animadas tertulias.

Después de trabajar largas horas y cuando la noche les retiraba la luz, solían ir a reunirse al café La Rotonde donde se encontraban con Max Jacob, Fernand Léger, Picasso, Gris, Soutine, Zadkine. Apolinaire recuerda, de aquellos momentos, que acompañando a Rivera iban “la dulce Angelica vestida de azul y, encogida de hombros, María Blanchard.” Otro de los contertulios, Ilia Ehrenburg plasmó, en sus memorias, la presencia de María en medio de aquel ambiente en el que se entremezclaban razas y lenguas de los más ricos y diversos creadores. Allí se hablaba de arte, política…

Desde el punto de vista artístico, María seguía formándose en la Academia Vitti recibía las enseñanzas de Kees van Dongen; la influencia de este pintor, fue una de las más importantes que recibió, comenzando a componer extraordinarias obras expresionistas. A través de él, María conoció a Juan Gris recién llegado a París y cuya amistad habría de ser decisiva. Esos años vividos en París fueron imprescindibles para el enriquecimiento cultural y artístico de la pintora, pero la falta de recursos la obligó a regresar de nuevo a España a principios del 1914.

Al declararse la I Guerra Mundial, la mayoría de los artistas se habían refugiado en España o vuelto a sus países de origen. En Madrid habían recalado, entre otros, el matrimonio Robert y Sonia Delaunay, Lipchitz, Diego Rivera, Marie Laurencin y su esposo Otto van Wätjen, pintor alemán que se negaba a participar en la guerra a favor de los banqueros alemanes. María volvió a compartir estudio con Diego.

Asistían a las tertulias del café de Pombo, donde el escritor Ramón Gómez de la Serna había logrado reunir a lo más innovador de la cultura madrileña del momento y describió, estas veladas en el café, como espacio de enriquecimiento: “Cuando yo elegí Pombo el año 1912, lo hice por jugar a los anacronismos y porque en ningún sitio iban a renovar nuestra modernidad que en aquel viejo sótano. No quería que Pombo fuera otra cosa que lo que se pretendió: convivir en él todas las tendencias.” En aquellos años de la guerra europea se aglutinaban allí todos los que habían buscado refugio en Madrid, con los jóvenes intelectuales españoles del momento.

Para María, Pombo significó un aire de libertad pues como recordaba Angelica, “las mujeres no podían salir solas, tenían que ir acompañadas por su madre, cualquier familiar de respeto, o con una sirvienta.” Fuera de allí el panorama de la ciudad era muy distinto del que ella estaba acostumbrada en París. Fue asidua a las tertulias, según atestiguaba Ramón Gómez de la Serna: “Hasta que se fue a París, iba a pasar las noches con nosotros María Gutiérrez.”

En marzo de1915, se abrió una exposición denominada por Gómez de la Serna Pintores Íntegros. En el prólogo del catálogo, el escritor esclarecía el nombre de la exposición: “Ante todo, al tener que clasificar a estos pintores no los he llamado ni cubistas ni futuristas ni ningún otro ismo por el estilo, porque no son nada de eso, Son, ya que hay que envolverles en una sola palabra, los pintores íntegros […] Ellos son íntegros, lo que quiere decir llenos de sí, ponderados e insobornables…” Conformaban la muestra: Agustín Choco, Luis Bagaria, Diego Rivera y María Gutiérrez.

Gómez de la Serna comenzó el discurso de inauguración con las siguientes palabras: “Me exigen que yo hable el día de la inauguración, pero exijo por mi parte que para que el público no discuta mis palabras contrastándolas con el potente misterio de los cuadros, estén cubiertos durante la conferencia. […] Se quitaron los paños que cubrían los cuadros y las polémicas airadas comenzaron […].” Diego Rivera recordaba: “el público de Madrid,… respondió con frialdad a la exposición. La reacción de los intelectuales y artistas locales variaba de la piedad indulgente hasta el más absoluto desprecio; la gente ordinaria se reía abiertamente y hacía chistes a propósito de nuestros temas y técnicas.” Angelica añadió en sus Memorias: “La gente se paraba en los aparadores, se reía, hacían comentarios sarcásticos y se hacían unas aglomeraciones tan grandes que los vehículos no podían circular.”

El cuadro que expuso María se titulaba Madrid, del que no se ha podido obtener una reproducción al día de hoy, pero sí una descripción literaria de Ramón Gómez de la Serna: “Su Venus de Madrid era un hallazgo, porque había superpuesto a una mujer desnuda con un desnudo teratológico pero atrayente, a la casa más característica del rococó madrileño.”

En el verano de 1915, la mayoría de los artistas refugiados en Madrid, regresaron a París; entre ellos los amigos de María. Ella, continuó viviendo con su familia que no comprendía su dedicación a la pintura, por lo que la presionaron para que buscara una posición fija. Para conseguir una estabilidad económica se preparó las oposiciones como profesora de dibujo de las Escuelas Normales de Adultas. Gómez de la Serna describió la situación: “[…] obtuvo la cátedra en abierto concurso. Se puso radiante y se veía que ensayaba frente a una luna, para ejercer su cargo de maestra. Se volvió más menuda, se echó hacia adelante y en su rincón del café parecía mirar a los mármoles como si mirase ya los dibujos de sus alumnos.”

Pero ha habido discrepancias sobre si María tomó posesión del cargo ganado. Siguiendo a Gómez de la Serna sí llegó a Salamanca, pero según Mª José Salazar: “el mismo día de su nombramiento oficial, su hermana Aurelia presentó en su nombre la renuncia al puesto.” Ahora bien, Paloma Saiz de la Maza “recuerda oír contar a su madre, Josefina de la Serna, las humillaciones y afrentas que recibía María en las calles, ya que la gente quería tocar con los billetes de lotería su espalda, tal y como señala la clásica superstición española.”

María tenía claro que en París era aceptada por su capacidad intelectual, por su humanidad y por su talento. ¿Fue solo por ello por lo que se marchó de nuevo? Dejaba atrás una existencia desahogada, ordenada, pero hostigada por el medio, la cambiaba por una vida llena de espinas, estrecheces y penalidades, pero en la que podía vivir en libertad.

Pero el París que se encontró era muy diferente, eran tiempos de guerra, se había convertido en una ciudad armada, siendo su símbolo la Torre Eiffel protegida con ametralladoras y con un cañón. Muchos de los artistas se habían alistado y otros sobrevivían de forma miserable en modestos estudios alquilados, sino ocupando aquellos que habían dejado los que fueron al frente. Consuelo Berges recuerda la dramática situación por la que atravesaba María: “Retornó a París…a luchar con el Arte y con la vida y a comer chuletas de perro…”

Pese a ello fue la etapa más plena de su existencia, se dedicaba por completo a pintar en un entorno de grandes creadores y formando parte de la galería más importante del momento; ella era y se sentía libre. El reducido grupo de artistas en el que se integró estaba formado, entre otros, por creadores como Modigliani y Severini; los polacos Gottlieb, y Kisling; los daneses Jacobsen y Fisher; los japoneses Foujita y Kavashima; escritores y pintores franceses como André Guillaume Apolinaire, Max Jacob y Jean Cocteau; los rusos Lichitz, Goncharova y Diaghilev. Todos ellos enriquecieron la vida de María pues estaban muy unidos ante las dificultades.

Restableció los contactos con Juan Gris, Metzinger y Lipchitz y estrechó los lazos con Jean Cocteau y André Lhote. Por otro lado, al compartir la misma galería se intensificaron los lazos con Picasso que intentaba, en vano, despertar en ella su sentido comercial: “Pobre María, crees que una carrera se hace solo a base de talento…” Pero ella se abría camino con su personalidad pictórica y en 1916, fue invitada a participar en la exposición L’Art Moderne en France donde Picasso presentó Las señoritas de Aviñón y ella, Retrato de mujer.

El cubismo fue el movimiento que más caló en María Blanchard. Se trataba de una vanguardia que tenía como principio fundamental eliminar la perspectiva ilusionista que nació en el Renacimiento; es decir, el intento de reproducir el espacio tridimensional mediante la perspectiva. Sin embargo, el cubismo buscaba representar una nueva dimensión: el tiempo; ya que en la ciencia de la física existen la altura, anchura, profundidad, pero también el tiempo.

Había establecido una relación con el marchante de arte Léonce Rosenberg; que puntualmente le enviaba ingresos importantes. El apoyo del marchante y el sentirse acogida como uno más por el grupo de artistas fue decisivo en aquellos momentos; era una más de la vanguardia en París participando en todos los acontecimientos. Aún se conserva gran parte de la correspondencia que mantuvo con el galerista donde se puede observar el apoyo que supuso para ella, no solo por lo económico sino también por la aceptación, la cordialidad y el respeto que le mostraba.

María comenzó a pintar junto a Juan Gris con quien durante un tiempo compartió todas sus inquietudes plásticas. Según Salazar, fue el momento creador más sincero y estimulante, más sosegado vitalmente, a la vez que el más activo de la vida de ella. En 1918 abandonaron París para ir a instalarse a una casa amplia, luminosa y tranquila en medio del campo en la región originaria de la esposa del pintor. Más adelante se les unió Jacques Lipchitz junto a su esposa, Bertha, y más tarde el poeta chileno Vicente Huidobro.

Pero no todo fue positivo durante aquella estancia pues se tuvo que prolongar primeramente por la enfermedad de la esposa de Gris y posteriormente por la de ella misma que, incluso, tiene que enviar a París el contrato con su marchante. El documento fue remitido con una nota del pintor: “Mi querido amigo: ahí están los papeles firmados, María me ha firmado los suyos en la cama, pues está acostada desde hace tres días. Tiene bastante fiebre y sobre todo, mucho miedo a causa de su corazón, que no funciona muy bien. El médico dice que es gripe con un principio de bronquitis.” Su salud continuará afectada como acredita, días más tardes, el mismo Gris: “María. Después de siete días en la cama, ha empezado a levantarse y el médico ha recomendado un gran cuidado, pues está muy débil.”

Al regreso a París, en 1919, su marchante organizó la primera exposición individual de María Blanchard en la Galerie L’Éffort Moderne donde se recogía toda su producción cubista. Fue todo un acontecimiento, pero sobre todo para la pintora ya que significaba el reconocimiento a su trabajo y esfuerzo. Pese a que muchas de sus obras se le atribuyeron a Juan Gris ¿motivos económicos?, María aportó al cubismo un estilo propio con un fuerte carácter hispánico en tonos verdes, negros o marrones y una temática con claras connotaciones con la pintura tradicional de España. Para Lipchitz “Era una artista sincera y sus cuadros contienen un sentimiento doloroso de una violencia inusual, sentimiento que está totalmente ausente en las obras de Gris, que está en el Olimpo.”

En 1920 se reanudó el Salón de los Independientes que quedará para la historia pues fue la última vez que se presentó el grupo cubista y donde se vio las diferentes sendas estéticas que tomaría cada creador; la obra que presentó María Blanchard marcó el camino de la figuración. Ya en el Salón de 1921 expuso una obra pintada en 1914 en Madrid: La comulgante, hoy expuesta en el museo Reina Sofía. Juan Gris la escribe al respecto: “Estoy muy contento de lo que Lipchitz me dice a propósito de tus Indépendants. Créeme que es para mí una noticia formidable.” El triunfo que logró con esta pintura, después de tanto trabajo y sufrimiento supuso para ella el reconocimiento público,

Su vida era cada vez más de soledad pues sus amigos se habían ido casando por lo que María se volcó cada vez más, si eso fuera posible, en su pintura. Rivera volvió a México en el 21, ella siguió siendo amiga de Angelica Beloff hasta el fin de sus días, igualmente continuó la relación con Juan Gris y su esposa. Siguió formando parte de las tertulias de cualquier otro evento. Gerardo Diego que la conoció en aquellos tiempos apuntó la alta consideración que la tenían en todo el entorno artístico.

En aquellos momentos, la suegra del pintor André Lhote quien era uno de sus amigos incondicionales, conociendo la dura existencia de María la buscó una casita situada en la misma calle en que ellos habitaban. Esta ubicación le aportó un poco más de comodidad, de sosiego así como la amistad de la familia Rivière que vivía justo enfrente y que formó parte, desde entonces de su círculo más íntimo.

En 1920 su nombre figuraba entre los artistas más importantes de tal manera que su obra fue seleccionada para participar en la Exposició d’Art Francès d’Avantguarda que se presentó en Barcelona lo cual representó un hito importante en la historia del arte español al exponer algunos de los más importantes pintores del momento. En el mismo año en Ginebra expuso en la muestra La jeune peinture française. Les cubistes. Así mismo fue seleccionada para la muestra Cubistes et néo-cubistes que se celebró en Bruselas.

A raíz del éxito de esta última muestra, entró en contacto con la agrupación cultural Ceux de Demain que se interesó por su trabajo. A través de ellos le ofrecieron la oportunidad de una exposición individual a la vez que establecieron un contrato por el cual, a cambio de su obra recibiría una asignación mensual que le permitió vivir más desahogadamente. Este reconocimiento conllevó una cotización económica al alza que le permitió incorporar un piso superior en su casa y alquilar la planta baja. Pese a esa mejora, realmente a María solo le preocupaba la consideración que recibiría de su obra.

En 1926 firmó un nuevo contrato con los marchantes belgas de los que recibió un importante envío monetario que gastó en ayudar a los demás. Su vida era sencilla y sin grandes dispendios. Su única preocupación era su lentitud para producir obras nuevas, pues le angustiaba no poder cumplir con sus contratos. En la primavera de 1927 realizó su tercera exposición individual, en la misma galería de Bruselas que, en el catálogo, incluyó un análisis de su obra: “El arte de María Blanchard no es un arte esencialmente realista […] este es […] un arte sabio, fruto de una prolongada meditación […] es la expresión de su vida interior”

Fue seleccionada para formar parte de la sala especial que la Bienal de Venecia, en su XVI edición de 1928, dedicó a la Escuela de París. Dos años después fue incluida en la exposición de Art Français que recorrió de forma itinerante museos y centros de arte de Brasil.

María por Tora Vega Holmtröm

María se refugiaba, cada vez más, en su propia soledad aunque sus amigos no la abandonarían hasta el final de sus días; pero poco a poco algunos de ellos fueron falleciendo, sumiéndola en una profunda depresión. Ella, enferma, sin muchas fuerzas se enfrentó con el fin de su existencia, entrando en una crisis religiosa.

María por Tora Vega Holmtröm A finales de 1930, recibió la noticia de la mala situación económica que estaba atravesando su hermana Carmen por lo que la acogió en su casa, junto a sus tres hijos; esta, al parecer, no se resignaba a descender de escala social ni a renunciar a bienes materiales. Angelica Beloff recordaba: “Esa hermana era bastante tonta y explotaba a María […] María venía a mi casa y lloraba mientras me contaba todos los problemas que tenía con su hermana […] consideraba que era su obligación darle lo que fuera a cualquier miembro de su familia, aunque esta no valiera la pena.” Con esa presión encima, escribió a su hermana Aurelia: “Tengo cuatro bocas que alimentar, yo enferma, son cinco ¿quieres más?” Se subió a vivir al estudio pues consideraba que su misión era que: “gane para ellos pero sin tener contacto con ellos, pues nos haríamos sufrir mutuamente. Una tía que se meta en lo que no la llaman, no sirve más que para dar disgustos.”

Su salud se fue deteriorando cada vez más hasta que enfermó de una gripe que no pudo superar y que la condujo a la muerte el 5 de abril de 1932. Hay biografías que hablan de tuberculosis, pero según Angelica Beloff: “María cayó enferma, en un principio fue gripe, pero después se le complicó y empezó a tener problemas de corazón […] días después yo también pesqué una gripe y no pude salir de casa […] María murió durante esos días sin que yo pudiera volver a verla.” Según Ramón Gómez de la Serna, el deseo de María Blanchard en esos últimos días fue: “Si vivo, voy a pintar muchas flores.”

Bibliografía

  • Alonso Villa, Mª del Pilar y Fernández Díez, Raquel: María Blanchard, el “Midnight in Paris” de una artista española. III congreso virtual sobre historia de las mujeres. Jaén, 2011.
  • Campo Alange, María de: María Blanchard (Datos para una biografía) en el catálogo María Blanchard 1881-1932 de la Galería Biosca, Madrid, 1976.
  • Gómez de la Serna, Ramón: Retratos contemporáneos, 1941; en el catálogo María Blanchard 1881-1932 de la Galería Biosca, Madrid, 1976.
  • Rodríguez Alcalde, Leopoldo: M Blanchard. Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia. Madrid, 1975.
  • Salazar, María José: María Blanchard. La pintura, fundamento de una vida. Ediciones de Librería Estudio, 2012.
  • Serna de, Josefina: Vida de mi madre, Concha Espina. Marfin. Madrid, 1957.
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