Mucho antes de lo que nos podemos imaginar la educación se convirtió en un elemento de vital relevancia para las primeras sociedades de nuestro mundo. Y, aun así, a pesar de los miles de años que acumula su estudio y análisis, y de los elementos recurrentes que se arrastran desde tradiciones culturales pretéritas, continúa hoy siendo un campo de conocimiento de alta discrepancia a todos los niveles, sobre todo los que tienen que ver con la ideología.
Para este recorrido hay que remontarse, cómo no, allí donde todo empieza, en Sumer. Allí podemos tratar de entender las claves que nos llevaron, no solo a aprender del mundo que nos rodea, sino a que nuestras sociedades fueran capaces de educar y enseñar para lograr su más amplio desarrollo.
Ese comienzo de los tiempos en la historia de la Educación tuvo lugar con el nacimiento de las civilizaciones y, más concretamente, con el nacimiento de la escritura y del cálculo, lo que a la postre será la base de la enseñanza de las futuras civilizaciones. Hablamos por tanto de la aparición de las primeras tablillas sumerias.
Como sabemos, la escritura de estos tiempos tiene como finalidad registrar transacciones comerciales, contratos o códigos jurídicos. Algunas otras tenían un componente litúrgico, pero hay un tercer tipo que se corresponden con un glosario de términos, un diccionario prehistórico que constituye el primer material educativo (el primer libro de texto) del que se tiene conocimiento. Se deduce que servían para la formación de escribas.
La civilización babilónica posterior hizo más compleja aún su organización social. El código de Hammurabi es un buen ejemplo de ello, lo que amplió la clase funcionarial y, con ello, la clase letrada.
El futuro escriba babilonio, para poder serlo, además de pertenecer a la clase dominante, debía comenzar por aprender los más de 600 símbolos que existían en su escritura. Su formación consistía en dos etapas, la primera era una instrucción elemental impartida en grupos. Excavaciones en la antigua Shuruppak descubrieron tablillas con ejercicios escolares. La segunda etapa consistía en la instrucción en el departamento gubernamental: templo, derecho, medicina, comercio, ejército o la propia enseñanza.
A través de un texto en lengua sumeria datado el año 2.000 a.C. sabemos que la instrucción se centraba en la escritura y el cálculo, pero también había un aprendizaje de la propia lengua, de lectura y de traducción (entre el acadio y el sumerio). En este texto hay numerosas referencias al castigo, por lo que podemos pensar que la coacción era el principal método educativo para lograr el esfuerzo requerido al alumnado.
Por último, sabemos también de un centro cultural-científico donde tenía lugar un aprendizaje de carácter superior: la llamada casa de la sabiduría. Un centro que acogía a unos pocos escribas, donde aprenderían algunas nociones superiores de notación.
Ya en Egipto, los vestigios más antiguos consisten en una escritura pictográfica, que como sabemos, fue dando paso a una escritura más cursiva llamada hierática y posteriormente a una escritura demótica con diferentes símbolos y reglas ortográficas. El soporte por antonomasia es el papiro, fabricado a partir de los tallos de la planta homónima, que proporcionaba una superficie de gran calidad y resistencia para la escritura.
Esta habilidad de la escritura continuó siendo algo restringido a la clase dominante, más relacionado con un saber dirigido a la conservación que a la liberación.
En el antiguo Egipto encontramos una literatura que se le ha llamado sapiencial, textos dirigidos a la formación de escribas, que contenía elementos teóricos en forma de consejos para el ejercicio de la escritura, acompañado de otros elementos de carácter práctico en el que se solicitaba al aprendiz ejercicios caligráficos.
Es famosa también cierta frase del Papiro Anastasi que dice: «las orejas del chico están en su espalda, oye cuando se le golpea». Que nos da una idea de la dureza de trato en las escuelas de la época.
En el imperio nuevo las exigencias administrativas del imperio crecen y, en consecuencia, las escuelas de escribas se multiplicaron. Al principio la profesión del escriba estaba muy vinculada a la de sacerdote, pero poco a poco los escribas fueron constituyéndose como una clase funcionarial de carácter civil. Esta clase de escribas funcionarios recibían una formación muy relacionada con su futura profesión. Como decimos, la alfabetización no era un proceso de liberación personal e intelectual como hemos podido concebir en tiempos más modernos, más bien al contrario, donde los principales valores educativos eran el silencio y la obediencia, necesarias para aprender las tareas mecánicas que exigía el servicio al imperio.
La formación elemental debía dedicar bastante tiempo a la caligrafía, a aprender a utilizar correctamente el cálamo y al estudio de la ortografía. Se buscaban superficies baratas en las que hacer prácticas, como la piedra caliza o trozos de alfarería rota, llamados ostraka, y que, pese a contener importantes errores ortográficos, nos han aportado valiosa información. Finalmente se usaban placas de yeso, en los que se podían escribir textos más largos y que permitía borrar los trazos con un paño húmedo para poder seguir practicando.
También se conservan importantes papiros sobre enseñanza matemática, donde se trabajaba por problemas, dando al aprendiz una situación determinada que debía resolver a través del cálculo. Sin embargo, no se aprendía a resolver operaciones para aplicar en situaciones prácticas, sino que el aprendizaje consistía en memorizar y transcribir colecciones de soluciones ya dadas.
Texto: Pedro César Mellado
Más divulgación cultural en nuestro podcast: www.elabrazodeloso.es