Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001 y vicepresidente senior del Banco Mundial, vivió y presenció desde las primeras butacas los efectos nocivos que trae consigo la aplicación, en el marco de la globalización, de políticas económicas manipuladas por intereses financieros e ideológicos.
Sostiene que la globalización, en sí, no es buena ni mala: si beneficia o golpea a los países y a sus habitantes, depende exclusivamente de sus administradores y árbitros. Entonces, el autor da comienzo a una dura crítica a las instituciones económicas mundiales.
Añadamos que los Estados Unidos, el gran defensor de la la globalización que por sus hechos demuestra, no es más que una nueva forma de colonialismo, puesto que en el fondo lo que se ha hecho es reemplazar viejas formas de sometimiento, por otras más sofisticadas, impidiendo superar la distribución desigual del poder y la riqueza en el mundo, tiene derecho de veto en las decisiones estratégicas del FMI.
Según Stiglitz, el Fondo Monetario Internacional traicionó los ideales que lo fundaron, y gracias a su concepción hundió en la pobreza y el caos a millones de seres humanos, sobre todo aquellos que eran los más pobres dentro de los pobres.
Lara razón. En los planes del FMI, el dinero se destina para salvar bancos, pero no para la mejora de la educación, la salud o para rescatar a desempleados que perdieron sus trabajos luego de sus recomendaciones macroeconómicas. El FMI batalla para que el Estado no aplique a sus ricos impuestos impositivos altos; pero calla cuando a los pobres se les otorga mucho menos del dinero que les corresponde por su trabajo. Por ejemplo, el Fondo debería impulsar una reforma agraria, pero esto supone un cambio en la estructura social que perjudicaría a las elites económicas y a quienes operan con ellas: las instituciones financieras internacionales.
Resulta preocupante lo que “esta” globalización ha hecho y puede llegar a hacer con la democracia. Es interesante ver como se lucha algunas veces contra las dictaduras, pero al mismo tiempo nacen “dictaduras de las finanzas”. Mientras la globalización sea del modo que lo ha sido, representa una privación de derechos sociales, civiles y políticos. La globalización no cumplido con lo que prometió.
La globalización no ha atendido a los desaventajados ni ha permitido un mayor acceso a la información, a la salud y a la educación. Muy por el contrario, la brecha entre pobres y ricos ha crecido, y el acceso a la información se dificultó.
Y por ello han trepado, crecido los índices de corrupción y han crecido la implementación de políticas injustas.
Pero el sistema no está enfermo: enfermos están de egoísmo aquellos que lo manejan.
La supresión de las barreras al libre comercio y la integración de las economías nacionales al mercado internacional, es muy benéfico en el marco de la globalización, sobre todos para los más pobres. Por desgracia, las decisiones son tomadas por entidades como el Banco Mundial, o países como los Estados Unidos de América; decisiones que solo encajan con los intereses o creencias de personas que manejan a “estos grandes”. Claro está, el problema difícilmente se resolverá, sobre todo porque los intereses de “ese grupo de personas” no es hacer a los pobres más ricos…
Es hora ya de que la opinión pública tenga conocimiento de este resultado y del accionar de las organizaciones globales y de los Estados, para poder reclamar lo que les corresponde.
Comencemos por abordar el modesto sueño de un mundo menos pobre. Y luego estaremos en condiciones de pensar y de luchar por un mundo sin pobreza.
El mundo está lejos de resolver sus problemas, pero para comenzar a cambiarlo debemos suplir la arquitectura de las estructuras internacionales y también el esquema mental entorno a la globalización. La globalización mal gestionada trae consigo pobreza, pero también la amenaza a la identidad de los pueblos, su historia y sus valores culturales. Se debe lograr un proceso globalizador que respete a los pueblos y a sus idiosincrasias.
Necesitamos entender que no se necesita de guerras armamentísticas para generar pobreza o malestar: basta con destruir culturas y religiones.
Necesitamos entender que no sólo socavan la democracia los regímenes dictatoriales: la socava también la injusticia social.
Las instituciones internacionales, los Estados y todas las demás personas del mundo deben comprender que, de continuar el mundo que exacerba las diferencias sociales, a largo plazo sólo se alcanzará la quiebra del orden mundial. Si elegimos y vamos a vivir en un mundo globalizado, no permitamos que se globalice la miseria y la desigualdad.
No podemos permitir que el FMI culpe a los países de no haber sufrido lo suficiente para alcanzar una economía de mercado. Hay que luchar por el desarrollo sostenible de los pueblos: un desarrollo que no necesite del sufrimiento de los mismos para ser alcanzado.
Reestructurando las instituciones internacionales se podría crear una nueva administración que atienda a los reclamos de los países desarrollados, pero sobre todo de los subdesarrollados; también de los ricos, pero sobre todo de los pobres. No es justo que más del 50% de la población mundial viva sumida en la pobreza, la exclusión, el analfabetismo, la enfermedad y la miseria. Es inhumano que actualmente unos 1.200 millones de personas en el mundo vivan con menos de un dólar diario, al mismo tiempo que 2.500 millones de personas vivan con menos de dos dólares diarios.
Es simple: si la globalización sigue gestionada como lo está siendo , sólo generará más pobreza y más inestabilidad. Si logramos cambiarla, entonces podremos decir que el malestar en la globalización no será en vano. Mientras tanto, y como expresó Keynes, de seguir así “a largo plazo, todos estaremos muertos”.
Por el momento, hay que lograr que los países en desarrollo consigan gobiernos fuertes y eficaces, y que los desarrollados sean justos a la hora de arreglar la economía nacional e internacional.
Se necesitan políticas para un crecimiento sostenible, equitativo y democrático. Ésta es la razón del desarrollo.
El desarrollo no consiste en ayudar a unos pocos individuos a enriquecerse o en crear un puñado de absurdas industrias protegidas que sólo benefician a las elites del país; no consiste a traer a Prada y Benetton, Ralph Lauren o Louis Vuitton para los ricos de las ciudades, abandonando a los pobres del campo a su miseria. El que se pudieran comprar bolsos de Gucci en los grandes almacenes de Moscú no significó que el país se había vuelto una economía de mercado.
Debemos llegar a un punto en donde los pobres compartan las ganancias del país donde viven cuando esté crece, y que los ricos de dicho país compartan las penurias sociales en momentos de crisis.
Debemos llegar a un punto en donde los pobres reciban aquello que es suyo. Debemos llegar a un punto en donde se atienda de la misma manera a poderosos y pobres. En fin, debemos llegar a un mundo justo y humano.
El desarrollo consiste en transformar las sociedades, mejorar las vidas de los pobres, permitir que todos tengan la oportunidad de salir adelante y acceder a la salud y a la educación.
Este tipo de desarrollo no tendrá lugar si sólo unos pocos dictan las políticas que deberá seguir un país. No es fácil cambiar el modo de hacer las cosas, pero vale la pena intentarlo. Si queremos y vamos a lograr una globalización con un rostro más humano, deberemos alzar nuestras voces. Y para ello, no debemos ni podemos quedarnos al margen.
Bibliografía. El mal estar de la globalización. Joseph E. Stiglitz
Eulogio González Hernández