Entrevista al director «Las rapadas», obra de teatro que el Ateneo Republicano trae a Rivas para arrojar luz sobre la represión de la dictadura franquista contra las mujeres.
Si el enemigo más poderoso del nazismo es la memoria, el escritor y dramaturgo Francisco Gómez-Porro es, sin duda, un convencido antifascista. El próximo viernes 21 de marzo a las 19 h., se representa la obra de teatro ‘Las rapadas’, que él dirige, en el salón de actos del centro cultural García Lorca (Plaza de la Constitución, 3), de la mano del Ateneo Republicano de Rivas. El montaje pertenece a la compañía Teatro en Defensa de lo Viviente y lo protagonizan Isabel Sánchez, Laura Román, Juan Carlos Rivera y Sierra Díaz.
El argumento se encuadra en el mundo rural de La Mancha y abarca desde el final de la guerra civil y el franquismo hasta nuestros días. Está protagonizada por dos mujeres, madre e hija, empeñadas en recuperar los restos de sus seres queridos, víctimas de la violencia bélica.
La obra surge de una “dolorosa experiencia familiar” de Gómez-Porro, la de su abuela Josefa, represaliada por el franquismo. Esa primera inspiración ha desembocado en una pieza teatral que retrata una parte poco conocida (y reconocida) de la historia de nuestro país: la violencia que sufrieron las mujeres en el régimen. Los golpistas sabían que, desaparecidos sus maridos, ellas portaban una poderosa herramienta de futuro: la capacidad de transmitir lo ocurrido a sus hijos y a sus nietos. Por eso, impusieron el miedo y el silencio.
El compromiso de Francisco Gómez-Porro y la representación de la obra ‘Las rapadas’ es síntoma de que no lo consiguieron del todo.

-¿De dónde y por qué surge esta obra?
‘Las Rapadas’ surge de la necesidad de plasmar literariamente una dolorosa experiencia familiar. Mi abuela Josefa, al igual que muchas otras mujeres, sufrió este tipo de humillación cuando mi abuelo fue detenido y asesinado extrajudicialmente bajo la acusación genérica de “auxilio a la rebelión”. Durante mucho tiempo sentí que debía trasladar a la escritura dramática esta experiencia -entre otras- como una especie de exorcismo, de liberación psíquica. Pero cuando la derecha intentó desacreditar la memoria histórica de los vencidos con frases como «Se acuerdan de desenterrar a su padre cuando hay subvenciones”, o calificándola de «liberticida», «sectaria», y otros epítetos ofensivos, consideré que lo más importante era dar a conocer este y otros episodios ignorados por la ciudadanía, especialmente los más jóvenes. Comencé entonces la redacción de una serie de obras teatrales con ese objetivo. Las rapadas es la primera de ellas.
– ¿Quiénes son esas «rapadas» que protagonizan la obra?
Las rapadas son mujeres comprometidas con los valores republicanos: militantes en partidos políticos de izquierda, sindicalistas, feministas, mujeres que comenzaban a dar los primeros pasos en su emancipación al calor de su derecho al voto y la mejora de sus condiciones laborales. O, como las protagonistas de nuestra obra, mujeres del mundo rural cuyo único delito era ser madres, esposas, novias, hermanas, compañeras de hombres que habían defendido la legalidad de la República frente al golpe de estado del general Franco. Muchas de estas mujeres, sobre todo en el mundo rural, eran católicas y no conocían más cultura que la tradicional, lo que no frenó la saña con que los vencedores se cebaron en ellas.
-¿Por qué el franquismo las castigó a ellas de esta manera tan específica?
El enemigo más poderoso del nazismo es la memoria, dejó escrito Primo Levi, deportado en Auschwitz. No en vano, un asesino como Himmler consideraba el Holocausto de millones de inocentes como una «página gloriosa de nuestra historia que nunca ha sido escrita y jamás lo será.» En España, único país donde triunfó el fascismo, el franquismo no fue ajeno a este propósito. Esconder a los muertos, cubrirlos de infamia, ensuciar sus nombres, perseguir y estigmatizar a sus familiares, borrar sus vidas y sobre todo sus muertes -o sea sus asesinatos- fue la motivación ideológica por la que desde la guerra civil se persiguió a la mujer con el empeño de escarmentarla, de devolverla al redil, de borrar la memoria de los suyos mediante la interdicción y el silencio. Ellas eran las depositarias de la memoria de la infamia, ellas conservaban el recuerdo de la ignominia. En este sentido debe entenderse el rapado, que no es al fin y al cabo más que un ritual de humillación pública destinado a servir de escarmiento a los posibles infractores de la versión oficial.
– Todos tenemos en la memoria historias de hombres exiliados o represaliados, ¿pero qué les esperaba a las mujeres que se quedaban en esa España de posguerra?

– En el caso de Juana, la protagonista de la obra, sufre el asesinato de su marido y la desaparición de su hijo, el rapado, el aceite de ricino, la procesión por el pueblo con un cartel donde se la escarnece por roja y por puta, insultos, escupitajos. Luego, como miles de mujeres, la vergüenza, el trauma, el silencio. Siempre el silencio. Y la pobreza extrema, la explotación en trabajos que los hombres no querían, la soledad, el sufrimiento de ver a sus hijos privados de educación y sustento, condenados a no revelar el nombre de su padre para no suscitar el rencor de los vencedores. En definitiva, a las mujeres que tuvieron la desdicha de quedarse en España, solo les esperaba el hambre, la miseria y una vida truncada. No obstante, quiero destacar que los personajes de mi obra son ficticios. Tienen en común con las víctimas reales el sufrimiento, la desposesión y la indefensión, pero se diferencian de la mayoría de las mujeres por su actitud de rebeldía, por su empoderamiento capaz de transformar el objeto de su humillación en una herramienta transgresora de contestación y de protesta.
-¿Cuál era el ideal de mujer para el franquismo?
El modelo de mujer propugnado por el franquismo pasaba por su absoluta subordinación al hombre. La mujer debía ser sumisa, obediente, sacrificada, sin otro universo mental que el que le proporcionaba el hogar y el que modelaba la opinión de su marido. Abnegada esposa y madre, esos eran sus papeles. Su presencia en la esfera pública era nula. Para ello contaba con instituciones como la Sección Femenina y la complicidad de la Iglesia católica.
-Las mujeres que vayan a ver la obra, ¿en qué van a poder empatizar?
La tragedia de estas mujeres no deja indiferente a nadie. Menos a una mujer de nuestros días. Sin duda, las que lo vean no podrán dejar de sentirse afectadas por el adverso destino que corrieron sus abuelas, a las que se castigó injustamente, se humilló y silenció durante años.
-¿Por qué creéis que es tan importante representar obras como esta?
España tiene un serio problema con su historia reciente. Si el fascismo hoy se permite alterar la convivencia, se debe en buena medida a la ausencia de una educación comprometida con la historia objetiva de los hechos que rodearon el golpe de Estado contra la democracia republicana y la consiguiente represión contra los opositores. Durante cuarenta años de democracia, la educación, además de obviar el relato de las atrocidades perpetradas por el franquismo y silenciado la memoria de las víctimas, también ha contribuido a blanquear la dictadura. La modélica transición se apresuró a enterrar a los muertos, aún sabiendo que la mayoría de ellos se hallaban y se hallan desaparecidos en las fosas comunes y en las cunetas. El teatro, y especialmente la tragedia, con su inmensa y libérrima capacidad para abordar las cuestiones que afectan a los ciudadanos, puede contribuir a esclarecer, a comunicar, a denunciar, a emocionar y compadecer. En este sentido conviene recordar a Antonio Machado cuando hablaba de la cultura como preservadora del «humano tesoro de la conciencia vigilante», es decir una cultura con los ojos abiertos, atenta, que apuesta por abrir los ojos al dormido, por desvelar los escondrijos donde el poder oculta a sus muertos.