El pasado mes de octubre se publicó el Índice Global del Hambre 2023, una investigación de las ONGs Welt Hunger Hilfe y Concern Worldwide, y una herramienta para medir y hacer un seguimiento exhaustivo del hambre a escala mundial. Este informe arroja un resultado muy claro: la lucha contra el hambre en el mundo sigue estancada. Cada vez más personas padecen hambre severa, y se prevé que la situación empeore. El hambre sigue siendo una cuestión política causada principalmente por la pobreza, la desigualdad, los conflictos, la corrupción y la falta general de acceso a los alimentos y los recursos. Todo ello, en un supuesto mundo de abundancia, que produce recursos suficientes para todos.
Esto se plasma en las regiones: en 2023 las más preocupantes al respecto han sido Asia Meridional y el África Subsahariana. De hecho, durante las dos últimas décadas estas dos regiones han presentado los niveles más altos de hambre.
La humanidad siempre ha vivido bajo la amenaza de la profecía maltusiana que anunciaba que la población iba a crecer exponencialmente mientras que los alimentos iban a hacerlo linealmente, con lo que llegaría un momento en el que no habría suficientes recursos naturales en el planeta para alimentar a la humanidad. Hasta la fecha, esa profecía no se ha cumplido, fundamentalmente porque las políticas demográficas de los países más poblados de la tierra y en concreto el control de natalidad han reducido el crecimiento demográfico explosivo de la primera mitad del siglo XX. La segunda es que la revolución tecnológica agraria ha permitido aumentar más que linealmente los rendimientos de los cultivos y el ganado.
Pero la realidad es que el progreso contra el hambre se ha estancado y se ha producido un aumento de la subalimentación en todo el planeta. Según el Programa Mundial de Alimentos y la FAO de Naciones Unidas, el número de personas subalimentadas en el mundo aumentó de 572 millones a 735 millones en 2022. Legalmente, todo ser humano por el hecho de serlo tiene derecho a la alimentación y el suministro de agua, la realidad es que esto no es así.
Pero ¿cuáles son las causas del hambre en el mundo? El cambio climático influye, directa e indirectamente, en múltiples aspectos relacionados con la seguridad alimentaria, principalmente en el sector agrícola y ganadero. El sector agrícola constituye la principal fuente de ingresos para el 70 % de los pobres del mundo, que suelen habitar zonas rurales. En segundo lugar, tenemos al sector ganadero, pero que contribuye al 18% de emisión de gases de efecto invernadero y es una de las principales causas de degradación del suelo y de los recursos hídricos. Ambos sectores son los más vulnerables a las consecuencias del cambio climático e incide de forma directa en el riesgo de hambre y desnutrición. Aparece entonces un ciclo muy difícil de romper pues son, precisamente, las poblaciones más pobres las que sufren con mayor intensidad las consecuencias de los efectos meteorológicos adversos producidos por el cambio climático.
Y si hablamos de energía, algo tan crucial en las sociedades humanas, también encontramos aspectos directamente relacionados con el hambre. La producción de alimentos y el suministro de agua están íntimamente relacionados con la producción y el suministro de energía. Sin electricidad, gas o petróleo los principales medios de producción agraria y ganadera sencillamente bajan su rendimiento o no funcionan. Además, la inflación de los precios en fertilizantes, plásticos, herbicidas, insecticidas, gasoil o transporte dependen a su vez del precio del petróleo. Un alza considerable acaba provocando la carestía o un encarecimiento de los precios de los alimentos. Y, además, la producción de biocombustibles como alternativa al suministro y precios del petróleo hace que esto se haga mediante productos agrarios, cuyo uso no alimentario aumenta, a la par que se reduce la oferta de alimentos lo que de nuevo presiona a los precios al alza.
Y no puede faltar la guerra. Guerra y hambre cabalgan juntas desde el principio de los tiempos. De hecho, hoy día es la principal causa del hambre en el mundo tras los estragos climáticos. Hay diferentes tipos de conflictos teniendo en cuenta sus causas, características e instrumentos utilizados, pero muchos suponen la suma de varias realidades que llevan al hambre de un país o región concreta. En todos los casos la hambruna es un desastre secundario inherente a la guerra, lo cual también se puede acompañar de desplazamientos y refugiados en masa. Estos movimientos masivos a su vez reproducen las hambrunas cuando hay una sobrepoblación de personas refugiadas en pequeños espacios.
Y tampoco podemos olvidar que el hambre no es un fenómeno exclusivo de países pobres o estados fallidos. Podemos percibirla muy de cerca en los países desarrollados. Por ejemplo, según los datos ofrecidos por la Oficina del Censo de Estados Unidos, 26 millones de estadounidenses no tienen acceso a una alimentación adecuada o sufren hambruna. En España, tenemos unos 6 millones de pobres y en torno al 13% de hogares no tienen una dieta adecuada ni en cantidad ni en calidad. Tan solo hay que acercarse a la Cañada Real a pocos metros de casa.
El derecho a la alimentación está ampliamente reconocido en diversos tratados internacionales y la erradicación del hambre es un supuesto compromiso político global, debatido en distintas cumbres mundiales. Pero, cuando los 193 Estados miembros de la ONU revisan el estado actual del avance de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, incluyendo la erradicación de la pobreza extrema y el hambre para 2030, el veredicto es evidente: el fracaso.
Artículo de Javier Fernández Aparicio
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