El último adiós: abordar la muerte

El último adiós: abordar la muerte

Naces, creces, te reproduces y mueres. Esta ley de vida nos afecta a todos por igual, como sabían en la Edad Media, que representaban la muerte en el arte a través de las “danzas macabras”. Un baile que equiparaba a ricos y pobres, nobles y plebeyos, clérigos y profanos. Para todos, se acababa el baile, cuando se acaba la música.

Es un tema que podría parecer lejano para una ciudad tan joven como Rivas: por cada mil habitantes, murieron 3,07 personas en 2021. Como nos recuerda Leire Olmeda en su artículo de Rivas al Dato, Rivas es la ciudad española con más de 50.000 habitantes con menor tasa de mortalidad.

Pese a esa baja mortalidad, Rivas llegó a un convenio con San Fernando de Henares en 2018 (que está en vigor -al menos- hasta el 31 de diciembre de 2026) para que los ripenses puedan recibir sepultura en la necrópolis de dicha localidad, ante la escasez de nichos y tumbas disponibles en nuestra localidad. Los vecinos y las vecinas de Rivas pagamos 1.000 euros al año, a través del presupuesto municipal, para poder hacer uso de esta opción que “descongestiona” el cementerio municipal.

El Ayuntamiento es consciente del problema y ha incluido la construcción de un nuevo cementerio como uno de los proyectos de ciudad de la recientemente aprobada Agenda Urbana, gracias al cambio de lindes con el Ayuntamiento de Madrid. Una de las dificultades que años atrás se venían teniendo, según se expresó en varios plenos municipales, es que la baja mortalidad disuadía a las empresas privadas de acometer una inversión tan importante.

La muerte da beneficios (pero no al finado)

En la mitología griega (y en nuestra portada de la revista), aparecen representadas monedas de plata en los ojos o acompañando al difunto, que servían de pago a Caronte, el barquero del inframundo que ayudaba a los muertos a cruzar la Laguna Estigia. Sin embargo, en este mundo terrenal, morirse sale caro y hay que pagarlo (o más bien, lo pagan los familiares).

Según la “Radiografía del sector funerario 2023”, publicado por Panasef (asociación nacional de servicios funerarios), el sector facturó en 2022 en torno a 1.653 millones de euros (23 millones más que en 2021) por la realización de 463.133 servicios funerarios. Y es que morirse sale caro, sobre todo en Madrid capital: 27 veces más caro que palmarla en Murcia, según un titular de Cinco Días que se hacía eco de un informe de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU). En 2023, según esta información, la inhumación (el enterramiento) costaba de media 2.035 euros en Madrid, mientras que la incineración era más asequible, de “solo” 931 euros.

No es el único motivo, pero seguramente el coste influye en que las incineraciones vayan en aumento y superen ya a los entierros (inhumaciones) en las capitales de provincia (55,2% vs 52%), según el citado informe de Panasef. No obstante, si contamos el conjunto del país, solo el 44,99% de los fallecidos fueron incinerados. Sobre el sentido religioso de los ritos, siguen predominando las ceremonias religiosas, que constituyen el 85% de los casos.

En la prensa económica, se pueden encontrar artículos que señalan con cierto humor negro que nos encontramos ante un sector rentable y con una demanda asegurada. También genera empleo: 9,80 personas empleadas por fallecimiento diario, aproximadamente, según este informe.

La muerte es algo asegurado

Tradicionalmente, era habitual que se contrataran seguros de defunción que permitieran a la familia no tener que costear el entierro, que suponía un duro golpe a la economía familiar cuando el difunto era el que traía el pan a casa. Sin embargo, esto que fue una realidad para muchas familias humildes de clase trabajadora y que se mantuvo como costumbre durante años está en franco retroceso, nos cuenta Jesús Contreras (hijo), de la Correduría de Seguros Jesús Contreras.

Aunque gestiona algunos, suelen ser de asegurados a los que sus padres le contrataron el seguro cuando eran pequeños. “Nadie que tenga 40 años o menos viene pidiendo un seguro de defunción”, afirma Contreras. La razón es que los seguros de defunción están pensados para que las cuotas aseguren la defunción de ese año, y se van encareciendo conforme la edad u otras casuísticas que conozca la empresa aseguradora aumenten el riesgo de muerte, por lo que un seguro de defunción sale caro a una persona muy mayor y es improbable que lo “rentabilice” una persona muy joven, que acabará pagando un importe varias veces superior al coste del entierro, tras décadas de vida.

Por eso, él recomienda contratar seguros de vida en los que vienen incorporados los costes del entierro. “Si yo me aseguro por 100.000 euros y fallezco, le dan eso a mi familia y descuentan los 3.000 o 5.000 euros que pueda costar el entierro”, explica Jesús Contreras.

Tanatopraxia: dejar listos a nuestros muertos para el último adiós

Una de las profesiones que intervienen, cubierta por el servicio que contratamos o que incluía el seguro, es la tanatopraxia: profesionales con conocimientos médicos y estéticos que consiguen “reconstruir” los cadáveres para que estén lo más presentables posibles durante las ceremonias de despedida. Además, la limpieza y desinfección de los cuerpos juega un importante rol de salud pública.

Desirée Vázquez trabajó de tanatopractora, antes de su trabajo actual como Policías Nacional, y también se formó como auxiliar forense. “Los hay que llegan de muerte natural, una persona que decimos que ‘parece que descansó’, casi que parecen sonreír”, nos cuenta, respecto a casos fáciles y relativamente habituales. En el caso de que el difunto sea donante de órganos, hay un trabajo algo más laborioso, especialmente para reconstruir artificialmente los ojos (que es uno de los órganos que se donan). Para conseguir esa posición de “sueño eterno” de los fallecidos, nos cuenta Desirée Vázquez, se pega la boca para evitar que abra al mover el cuerpo, algo más sencillo que el procedimiento también usado de coserla.

En casos más difíciles, como los cadáveres que han empezado a hincharse, los tanatopractores tienen que sacar el aire del cuerpo. “Lo que hacemos es presentar el cadáver” y “al final, como se suele decir, somos agua, y es verdad”, reflexiona sobre el proceso de reconstrucción.

Por último, poco frecuente, hay cadáveres que no pueden ser reconstruidos y que se velan con el ataud cerrado, como los que en el argot forense se llaman “precipitados” (porque han caído de gran altura o circunstancias parecidas) o algunos accidentes de tráfico a gran velocidad.

Como sabemos por las series de televisión y verifica Vázquez, las autopsias se realizan con un corte en forma de Y griega o de U que permite extraer los órganos para analizarlos, algo que puede hacerse por motivos de investigación forense policial, pero también con fines de investigación médica, especialmente cuando la causa de la muerte se debe a una enfermedad concreta que se está estudiando.

Esta policía se toma con sentido del humor su anterior profesión, que deja a sus interlocutores “alucinados” cuando sale en la conversación, lo que le lleva a vacilarles: “Sí, trabajo con muertos. Esos no se levantan”, recuerda de una conversación. Para quién quiera trabajar en este sector, debe saber que un cadáver “pesa mucho” y que al principio hay que acostumbrarse al olor. Aparte de eso, Desirée Vázquez considera que es un trabajo al que uno se acostumbra, como cualquier otro, aunque a veces le haya tocado complejos embalsamamientos, porque el difunto debía seguir el rito de otra cultura concreta y se debían respetar sus tradiciones.

Recolocar la pena y hacer el duelo

La labor de presentar el cadáver ayuda a las familias a despedirse de su ser querido. “Es super necesario, recuerdo a algunos que se emocionan”, recuerda Vázquez con ternura, y dicen ‘qué guapo está’.

De la misma opinión es Elisa Dorado, psicóloga de Dpsico, que cuenta sobre los rituales en general, y los religiosos en concreto: “algo que vemos en terapia es que el hecho de tener fe ante algo, ya sea un Dios, ya sea una creencia aún más allá, es una herramienta protectora en el duelo”. Reconoce que es algo polémico, pero que aporta paz a alguna gente, igual que otras culturas como la mexicana celebran la muerte como parte de la vida y tienen otra relación con los ritos del duelo.

Los rituales, religiosos o laicos, son necesarios en una sociedad que no nos deja tiempo para el duelo. “Hoy en día, se te muere tu padre y tienes que irte a los dos días a trabajar y entre medias estás con los papeles y la funeraria, no le estamos dando ese espacio al duelo, lo que se nos permite es un mero trámite”, reflexiona Dorado. Esto tiene consecuencias en la asimilación de la pérdida: “colocar todo esto después es mucho más complicado”, reflexiona la psicóloga sobre un proceso de duelo que debería incluir “la muerte como parte de la vida” y “dentro de que es un momento terrible, darle un espacio junto a nuestro entorno y sentirnos arropados”.

Hay que tomarse la muerte con filosofía

La muerte ha sido una gran fuente de reflexión para el pensamiento filosófico, que acogió hace poco la llegada de “La muerte en común”, un ensayo de Ana Carrasco-Conde en el que reflexiona en línea parecida a lo anterior. En una entrevista en La Marea, denuncia que vivimos en sociedades neoliberales con “una ideología y unos ritmos, los del sistema de producción, que son incompatibles con el tiempo que necesitamos los seres vivos” para el duelo ante una pérdida, vivida cada vez con menor tiempo, menos rituales y menos acompañamiento de la comunidad que en tiempos pasados.

“Vivimos llenos de vacío y tratamos de llenarlo…comprando cosas, buscando sustitutos: si se muere una mascota, se piensa en comprar otra, si nos sentimos mal, vamos de compras”, relata Carrasco-Conde. La filósofa explica en su libro cómo otras culturas como la de la Antigua Grecia cuidaban a los difuntos, un proceso que servía a los vivos para entender que “el que muere sigue siendo, pero de otra manera”, como en nuestra memoria. Esta imposibilidad para dedicar tiempo suficiente a llorar a nuestros muertos, según denuncia, ha llevado a que convirtamos al “doliente” en paciente”, instándolo a volver al trabajo y a la normalidad cuánto antes.

El título del libro refleja cómo afrontamos una vivencia individual de las pérdidas que contrasta con rituales que permitían rodear a los familiares con “una comunidad que reconoce el valor y la fractura que supone en nosotros la muerte de alguien”.

Decirle a los más pequeños que no va a volver

“La muerte nos convierte en niños”, se dice en el índice del libro de Ana Carrasco-Conde. Cuando la muerte nos golpea y perdemos a un ser querido, volvemos a una situación de vulnerabilidad y necesidad de apoyo que asociamos a la infancia, en nuestro desconcierto y desconsuelo. Sin embargo, una de las tareas más difíciles y que no solemos saber abordar es cómo comunicar un fallecimiento -precisamente- a ellos, los niños.

Según los expertos, es un tema delicado que deben abordar los progenitores o las personas más cercanas al menor, en un sitio tranquilo y familiar, con un lenguaje adecuado a su edad. “No debemos tener miedo a utilizar la palabra muerte, para así evitar el uso de eufemismos y términos ambiguos que puedan producir mayor confusión e incertidumbre”, aconseja Elisa Dorado. En muchas ocasiones, a través de mascotas o cosas que ya han visto en la naturaleza, ya tienen una noción de lo que es la muerte, aunque no se lo hayamos explicado previamente.

La psicóloga de Dpsico recomienda dar tiempo al menor para que pueda expresar todo lo que siente y hacernos preguntas, a las que debemos responder con honestidad y sinceridad. “Que nos vean expresar nuestras propias emociones en estas situaciones también les sirve como ejemplo y aprendizaje emocional”, añade Dorado.

Actualmente, son numerosos los recursos a los que recurrir, como libros, películas o cuentos adaptados que están pensados para abordar estos temas con niñas y niños pequeños, como el tierno y sutil “El árbol de los recuerdos” de Britta Teckentrup o el pedagógico “Adiós, abuela” de Mieke van Hooft. Aunque depende de la edad del menor, Elisa Dorado recomienda que si tienen edad suficiente se les ofrezca participar de los rituales de despedida.

Tras este recorrido por algo tan doloroso como la muerte de alguien cercano, podemos parafrasear la sentencia inicial del reportaje diciendo: “Naces, creces, te jodes y mueres”, título de una canción del grupo musical Mamá Ladilla. Si eso le pasa a todas las personas, incluidas las que nos son más queridas, “podemos vivir sin ellas, pero una vida diferente a la que teníamos”, explica Ana Carrasco-Conde. Nuestros muertos “son insustituibles y se trata de aprender a vivir de nuevo cuando la vida ha cambiado”, defiende. Hablar de la muerte, reflexionar sobre ella y naturalizarla, vivirla rodeados del apoyo de otras personas, tal vez nos sirva para aprender a afrontarla y que nos duela, “nos joda”, un poco menos.

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