Como padre y como maestro una de las cosas que tengo clara, y que supongo que compartimos, es que no hay dos niños o niñas iguales. Incluso entre hermanos, a pesar de que creemos que los hemos educado igual, podemos apreciar diferencias en su manera de ser, estar y hacer.
Al nacer tenemos un sistema cerebral incompleto, que nos hace totalmente dependientes del cuidado y de la atención de la familia, que se desarrolla en función de las características y circunstancias del entorno en el que vivimos.
En ese desarrollo las conexiones neuronales se van incrementando y vamos realizando infinidad de aprendizajes que nos permiten un proceso sin fin. Los primeros años son un camino increíble de logros y hazañas: miradas, tactos, llantos, sonrisas, sonidos, contactos, movimientos… se suceden en un continuo que permite que en pocos meses seamos capaz de andar, hablar… A lo largo de este proceso vamos dando sentido a lo que nos rodea y desarrollando estructuras y recursos que nos ayudan en la tarea de vivir.
Cada cual aprende a su ritmo, unos andan en meses y otros necesitan más de un año, lo mismo ocurre con el habla… estas diferencias nos resultan evidentes, aunque en otros campos y aspectos del desarrollo a veces no se aprecian tanto.
Hasta los tres años esta perspectiva parece que se impone en las escuelas infantiles. Se asume la realidad y se respeta que cada uno tiene su ritmo: para andar, hablar, controlar esfínteres… Hay escuelas que mantienen este criterio durante toda la etapa infantil.
Pero otras abandonan esta idea, y entran en una dinámica “escolar” que conlleva la ruptura del proceso natural de aprendizaje y, condicionadas por un currículo cerrado por cursos, establecen ritmos iguales como si todos los niños y niñas aprendieran en el mismo momento y con las mismas vivencias, olvidándose de las diferencias individuales y cayendo en el absurdo de pensar que todas las personas pueden hacer, aprender y sentir lo mismo.
Al pasar a primaria esta idea es la predominante y guía el trabajo de la gran mayoría de las escuelas que nos rodean. Obvian que entre las criaturas hay grandes diferencias, algunas tan evidentes como tener casi un año más de vida, y la uniformidad se impone: los mismos libros, las mismas actividades, los mismos deberes, las mismas evaluaciones…. como si todas las criaturas fueran iguales y tuvieran los mismos intereses, motivaciones, energías, emociones…
Y así nos encontramos con una escuela que con su dinámica única no acoge, no acepta las diferencias, no motiva ni estimula… que acaba provocando en gran parte de su alumnado vivencias de incomprensión, sentimientos de incapacidad, aburrimiento, dolor, fracaso…. (España es el país de Unión Europea con mayor abandono escolar). Esta escolarización no deja lugar a la curiosidad, el deseo de investigar, de aprender, de expresar…
Este tipo de escuela es un contrasentido y una negación del derecho de cada ser humano a desarrollarse en un entorno estimulante y acogedor. Todas las personas, pequeñas y grandes, necesitamos sentirnos útiles, capaces y aceptadas.
Colectivo EQS – Miembros del Movimiento Cooperativo de Escuela Popular (http://www.mcep.es)