En 1876 la enseñanza en nuestro país recibió un impulso de la mano de Francisco Giner de los Ríos, quien junto con otros catedráticos fundó la Institución Libre de Enseñanza.
Este hecho fue un punto de inflexión en la libertad de cátedra y en la independencia del magisterio frente a los dogmas religiosos y políticos oficiales de la época. Su herencia impregna, en la actualidad, todo nuestro sistema educativo.
Sin embargo, hoy sería necesario dar un salto cualitativo que reinventara el enfoque en materia de enseñanza que impera en nuestra sociedad, independientemente de que se tome como referencia la educación pública o la privada. El encuadre que le damos a la formación en las aulas está fundamentalmente orientado al desempeño en las pruebas escritas que las mismas aulas realizan; esto es un error porque cuando el niño o el joven sale de la escuela o de la universidad no se encuentra con más pruebas escritas, sino con la vida.
Y es tan importante saber superar las exigencias de una empresa que busca talentos como las demandas experienciales que el día a día nos requiere.
Una formación en el aula pensada para preparar al niño en su desempeño de la vida se centraría más en la praxis y menos en la teoría. Y pongo ejemplos: después de Francia, somos el segundo país de Europa en número de piscinas construidas y estamos dentro del Top 5 a nivel mundial. En el año 2018 fallecieron 372 personas en España por ahogamiento en espacios acuáticos. A pesar de ello, no he conocido ni un solo centro escolar que imparta formación práctica relacionada con el protocolo en caso de ahogamiento, con la identificación de una parada cardiorrespiratoria o con Maniobras de Reanimación Cardiopulmonar RCP.
Y hablando de primeros auxilios, todos (o casi todos) podemos reconocer un desfibrilador, pero seguro que salvo los profesionales sanitarios, casi la totalidad de la población adulta no sabríamos reconocer cuándo usarlo ni qué hacer con él, y mucho menos los jóvenes.
En materia de salud sería muy sencillo normalizar en las aulas testimonios de vidas o familias rotas por el consumo de drogas o alcohol y visitar centros de desintoxicación de adicciones. Así los niños estarían más concienciados y mejor prevenidos acerca de las consecuencias de estos comportamientos, incluido el consumo de alcohol en la conducción.
Para enseñar seguridad vial sería sencillísimo destinar en cada colegio unos metros de patio para su uso como circuito, con señales de tránsito básicas, pasos de cebra y varios vehículos de dos o tres ruedas; con un día a la semana de patio en el circuito nuestros hijos saldrían de primaria sabiendo cruzar y ceder el paso a la perfección, lo que disminuiría el número de atropellos por imprudencia del peatón (y no olvidemos que esos niños serían además conductores responsables en el futuro).
Nuestros niños deberían aprender corresponsabilidad familiar (cocinar, coser, llevar una contabilidad básica que conciencie de la necesidad del ahorro frente al consumismo imperante…). No estaría de más, atendiendo a nuestra pirámide poblacional, que conocieran los tipos de enfermedades degenerativas propias de la vejez y cómo se atiende a un mayor dependiente, con testimonios de médicos y cuidadores.
El lenguaje de signos debería ser materia troncal en toda la primaria y hablando de inclusión, dada la globalización no estaría de más que conocieran mejor otras culturas y tradiciones foráneas de la mano de sus propios compañeros.
En definitiva, sería necesaria una enseñanza reglada mucho más práctica atendiendo a la definición marxista de praxis: conjunto de actividades cuya finalidad es la transformación el mundo. En este caso, buscando mejorar personas que mejoren su entorno en lugar de perfeccionar postulantes a ofertas de empleo.
Raquel Sanchez-Muliterno