De la lucha a los estándares anatómicos

Tal vez todas las épocas tuvieron esa extraña sensación de encontrarse al final de algo o, cuando menos, que todo a su alrededor cambiaba y cambia de manera caótica y sin sentido.

Sin querer caer en tales y atávicas presunciones, con todo lo acumulado y tanto como creemos saber, es éste un momento donde la gresca no es cosa de rufianes, ni la pelea gratuita asunto de bajos fondos. Es éste un momento donde la lucha no adquiere sentido de empuje, avance o fórmula para que una colectividad se enfrente a la consecución de utopías. La lucha más encarnizada, casi animal y descerebrada, vuelve a las jaulas ensangrentadas de un dudoso honor maquillada de deporte, marcando un modelo extravagante a poner en practica en la contienda callejera.

La lucha, en su más amplia extensión, no deja de advertirse como un deporte que busca la aniquilación a modo de espectáculo de masas insaciables de vísceras y coágulos latiendo.

Hoy volvemos a los orígenes sin que en ello quepa un pequeño resplandor, o un atisbo de metáfora y recreación sin daño en su práctica. El daño se inflige y la metáfora es tal vez el pertinaz instante que vivimos que esta época donde la ovación es recogida por el más bestia… escena del lugar ético en el que nos ha tocado vivir.

Hoy volvemos a los orígenes en un recrudecimiento de los deportes de lucha demoledora, dejando a un lado aquello que, como en la antigüedad, se revelaba a través de ello toda una serie de códigos. La lucha, tal vez el primer deporte de la historia no dejaba de ser lo que era; aunque también es cierto que ni había pasado la historia conocida por aquellos practicantes y todo quedaba sustentado en una especie de ejercicio representativo de la beligerancia física mediante la cual quedaba dirimido el status de poder. El carácter simbólico gravitaba entonces por todo el orbe deportivo.

No es nuevo apuntar, como en otros órdenes y costumbres, el origen ligado a la vida, a la escenificación de la supervivencia y los potenciales de cada cual midiéndose fuera de la realidad por la hegemonía a través de diferentes pruebas deportivas. Así, quedaba laureado el más rápido, el más resistente, el más fuerte, el mejor luchador…

La práctica del deporte en su propia realidad fuera de la realidad que representó otrora, llegó a olvidar los orígenes que lo propiciaron, apostando por la información y entrenamiento con la única finalidad de medirse en duelos dentro del propio ámbito deportivo. La suerte de su práctica fue así desigual a lo largo de la historia llegando incluso a desaparecer y revitalizada en la segunda mitad del siglo XIX.

Deportes de equipo e individuales han sido desarrollados y convertidos, con mayor o menor fortuna, en objetos de interés mediante los cuales medrar y obtener un impacto mediático que hoy alcanza esferas de poder. La lucha continúa… Otros, sin embargo, mantenidos por la vocación de sus practicantes y capacidad de esfuerzo, se agitan hoy casi desde el anonimato para no sucumbir a la desaparición.

Ha sido, la popularidad del ejercicio físico, desde esa recuperación del siglo XIX y ya muy entrado el siglo XX una especie de montaña rusa en donde, con acierto, profesionales de diferentes áreas han logrado transmitir hasta el presente una idea ligada al beneficio y la salud en la práctica deportiva fuera del ámbito profesional.

Por supuesto, como acabamos de apuntar, deportistas de élite competirán hoy por el triunfo, pero desde ese lugar que ocupa de visibilidad ha sido posible hacerlo extender hasta el último recodo de la sociedad. Nadie hoy duda de la necesidad del deporte en lo que tiene de beneficio físico y mental, pero también como lugar de encuentro, no en vano estás últimas décadas hemos podido experimentar un aumento exponencial de la población que practica algún deporte de manera no casual. Inevitable no tener en cuenta este fenómeno dentro de nuestra ciudad que se deja sentir de manera notable repartido entre la multitud de equipos focalizados en diferentes disciplinas colectivas e individuales, animando al personal a través de esa visibilidad necesaria y las dotaciones en la que se ha invertido.

Y retornando a ese “volvemos al origen” por cuanto tiene de singular para cada cual la práctica deportiva, habría que señalara que es en ella, tal vez, donde deberíamos mirar para enmendar lo que hemos olvidado. Y es que ahí y no en otro lugar donde el esfuerzo no se cuestiona, donde la disciplina es un acierto y no una falla, donde el sufrimiento para dar alcance a los objetivos no es censurable apoyado en la dulcificación de los procesos, donde ninguna tecla nos sitúa en la meta desde el sofá, donde el tiempo invertido es un vehículo de consecución y donde lo colectivo es una manera de entender el enfoque que determina la salud y posición individual. Del hedonismo y el culto al cuerpo fruto de horas machacadas en el gimnasio sin otro acicate que pertenecer a un patrón hegemónico de belleza, materializado en ejemplares humanos estandarizados hablaremos otro día…

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