Trastos y trastadas

Esperamos que nuestros hijos aprendan de nosotros. Parece una ley natural porque ya hemos pasado por todas sus etapas y nos lo sabemos casi todo. Creemos tener la llave que abre la puerta de “cómo”: cómo hay que comportarse en cada situación, cómo hay que relacionarse, cómo hay que estudiar, cómo se solucionan los problemas, cómo hay que pensar, cómo hay que dirigirse en la vida, cómo hay que usar las tecnologías y hasta cómo hay que sentarse para comer. En definitiva cómo hay que ser para hacerse mejor persona. Casi siempre tenemos tanta prisa que damos a nuestros hijos consejos exprés repetidos de forma automática pero ellos, que no suelen ir con prisa, se paran más en lo nuevo porque les llama más la atención: observan lo que ven por primera vez, sienten lo que experimentan por primera vez, analizan lo que escuchan por primera vez… hasta que se acostumbran a un estímulo y automatizan la respuesta. Por eso nos parece que no nos escuchan cuando repetimos los mismos mensajes muchas veces. Pasa lo mismo con las puestas de sol, con la luna, con los brotes de primavera y con el olor del campo: sabes que están ahí pero los has visto tantas veces que de tanto verlo, ya no lo ves.

En estos días en los que parece que el mundo se ha parado quizá podamos permitirnos ir con menos prisa, dejar de fijar la mirada al frente y empezar a observar lo que nos rodea como si otra vez fuéramos niños. Por una vez podríamos ser nosotros los que imitamos su modelo y no al revés: podríamos aprender de nuestros hijos a experimentar los estímulos sin obviarlos, pararnos a sentir por ejemplo cómo huele una almohada cuando huele a alguien, el olor de la lluvia tras la ventana cerrando los ojos sin prisa, el aroma que desprende cada uno cuando abraza, madrugar para respirar un amanecer, fijarnos desde la ventana en cómo nacen las yemas en las ramas e incluso hacer una foto cada día esperando el momento en que por fin florezcan… podríamos mirarnos más a los ojos para sentir conexión, pararnos a entender porqué nuestros hijos hacen lo que hacen y porqué dicen lo que dicen: preguntarles y escuchar sin prisa y dejar que pregunten y responderles despacio. Abrir nuestros ojos para ver el mundo desde los suyos, ya que el tiempo corre a favor, es decir, no corre. Ahora es el momento de recrearnos, de dedicarles todo el tiempo que antes nunca teníamos. Y ya que estamos también podríamos llamar cada día a los abuelos y dejar que nos cuenten sus recuerdos llenos de sabiduría. Pensamos que están fuera de juego pero nos equivocamos porque uno puede jubilarse del trabajo, cesar de un cargo, retirarse del juego, renunciar a un privilegio y hasta abdicar, pero mientras se está vivo no es posible licenciarse de la vida; de los abuelos también se aprende, exceden el nivel que habilita para obtener el grado de maestros, son competentes, están curtidos y tienen buena sintonía porque han dado tanto que su balance es positivo: sus derechos de cobro emocional son mayores que sus obligaciones de pago pero nunca imponen apremio.

Es tiempo de parar el tiempo para estar en casa.

A todos os deseo salud y cohesión.

Raquel Sanchez-Muliterno

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