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La ética no es «lo que dicen»

La ética objetivamente jamás necesita a los charlatanes de los medios de comunicación para existir, ni necesita a los mediáticos de los programas de entretenimiento caníbal o de la televisión basura para existir, ni necesita a los payasos (en desvergüenza) de Twitter para existir,  ni necesita a los intelectuales cómplices o tan irresponsables (en no defender decentemente la razón o lo equilibrado) para existir, ni necesita a esos tóxicos mensajes o a esos ladrones de espacios sociales de lo que corresponde (sin que nadie deba quitar nada) a lo que se ha de justificar solo con exacta racionalidad. Porque la ética ha de ser siempre en todos una esencialidad no excluida o no sustituida por nada, y ha de ser insobornable, o sea, no corrompible, ¡o invendible!

También hay una base ética para “tus comunicaciones públicas”, por lo que tú (en tal base) lo que ves de equivocado en la sociedad o en los demás siempre (sin excusas o sin trampas) has de demostrarlo racionalmente, ¡así solo es!, porque tú no estés equivocado. Está clarísimo: Porque tú no estés equivocado, sí, has de marcar unas diferencias (ante los demás) en guiarte ejemplarmente por eso que no te puede llevar de ninguna manera a la equivocación; y es, de veras, el cumplir con la racionalidad o con una respetada ética cada instante que vives.

Dicho aún más claramente: Si todos han llegado a ser machistas por utilizar un camino (que determinó unas locuras, unas porquerías intelectualizadas o unas consecuencias), pues lo que tienes que hacer tú es no utilizar ése mismo camino (hablando una y otra vez con las mismas frases-confusiones o con los mismos errores mentales) para evitar que llegues otra vez a ser un machista o un loco. En la vida, se trata todo de evitar (de evitar que se repitan otra vez tus confusiones, tus chulerías o tus errores mentales).

En realidad, siempre los seres humanos (y cuanto más intelectual sea o se crea peor) mantienen los errores mentales a toda costa, a toda terquedad, a todo egoprotagonismo y a todo capricho (aquí con cierta vanidad de siempre creerse por delante de todo gratuitamente, del bien y del mal, de quien les supera en ser más correcto-racional o, a veces, de Dios incluso). Ya dije, al respecto, en otro momento que hablar en nombre del bien no garantiza jamás el que haga el bien  alguien;  y, asimismo, el hablar en nombre de la ciencia jamás garantiza razón a nadie, ¡a nadie! ¡A ver si se enteran!

Los seres humanos no dan marcha atrás o no dimiten en los privilegios que han conseguido a costa de confusiones. Tienen cierto orgullo que han hecho irrenunciable y, además, actúa o está en ellos ya de una manera inconsciente; algo así como si fuera una competencia entre ellos o un competir de sus dignidades ya creídas, una a una, como las mejores (en irrealidad). Así, la dignidad del humano A enloquece ante la dignidad del humano B y viceversa; porque siempre una quiere estar por delante, “a todo precio” o a todo autoengaño.

Hay intelectuales españoles que, aunque el mismo Dios, les explique o les demuestre que las frases que dicen son incorrectas, ellos ¡van a seguir repitiéndolas! Sí, es como si ellos quisieran estar delante de todas las esencialidades, del Universo, de la Naturaleza, de la razón, de la ética, etc, a la fuerza, ¡eso mismo!; es como si ellos se rieran de cualquier responsabilidad, de cualquier decencia, de cualquier bien, y solo porque a ellos les da la gana. En el fondo es como si les dominase una vanidad escalofriante, desalmada o engendradora de cualquier mal, y que nunca se abstuvieran a seguir con ella.

Pero, por ética, uno u otro ha de ceder siempre a lo que le va viniendo más razonablemente (o más éticamente) sea de ése o de aquél, ¡por ética o por equilibrio!  Al mundo le sobra la vanidad, ¡le sobra!  Daré un ejemplo: Si Galileo ( o la persona X) me dijera a mí que tal frase que dije era irracional, pues por ética he de ceder y, además, siempre ofrecer mi espacio social a él por haber tenido más corrección (más mejoría) que yo en ese tema o asunto, ¡sin más! La ética es ceder a cualquier mejoría, ¡siempre!, y que sea racional-equilibrada, no atontada. ¡Las cosas como son!

José Repiso Moyano

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